Las manchas solares, el mínimo de Maunder y el cambio climático de nuestro planeta. |
El sol quieto y el clima frío
Llamarada solar © theresilientearth.com |
El mínimo de Maunder está asociado con un período también prologando de enfriamiento climático, conocido como Pequeña Edad de Hielo.
Al mismo tiempo, la NASA nos advierte que el sol también puede ser mortal. Alrededor de 1850, después de un período de baja actividad de manchas solares, la mayor eyección coronal jamás observada generó un caos de alcance mundial con la telegrafía y las brújulas. Una eyección similar podría hoy en día causar amplísimos cortes de energía y fallas en el equipamiento electrónico.
Las manchas solares son marcas relativamente oscuras y frías en la superficie solar que indican regiones de intensa actividad magnética. Algunas de ellas son gigantescas, a menudo más grandes que nuestro planeta. Durante siglos, los científicos han utilizado las manchas solares para medir la actividad solar, y han descubierto que esa actividad visible aumenta y disminuye en un ciclo regular de aproximadamente once años. Actualmente estamos en el Ciclo Solar 24 (SC24), inusualmente bajo, y que debería llegar a su máximo alrededor de 2013. Pero la preocupación proviene de lo que los científicos solares están previendo para lo que viene después del SC24.
Tamaño comparado, a escala, de la Tierra y de una mancha solar. © theresilientearth.com |
Las últimas observaciones podrían estar indicando que el sol se mostraría menos activo (es decir, con menos manchas solares) durante los próximos años.
Frank Hill y sus colegas, del Observatorio Solar Nacional de los EE.UU. han utilizado una técnica denominada heliosismología en sus monitoreos. Las pulsaciones sónicas superficiales solares les han permitido realizar modelos de la estructura interna del sol. Unas bandas o corrientes de chorro que fluyen de este a oeste y que se originan cerca de los polos solares para ir migrando hacia el ecuador jugarían un papel en la generación del campo magnético solar, y la latitud de estos vientos coincide con la formación de nuevas manchas en cada ciclo. Predijeron exitosamente la aparición tardía del actual SC24. Pero como dice Hill: “esperábamos estar viendo ahora el comienzo del SC25, pero no encontramos ningún signo de él. Esto indicaría que el SC25 podría retrasarse hasta 2021 o 2011, o que incluso podría no producirse”.
Campo magnético solar durante los últimos años (incluyen manchas de los ciclos 22, 23 y 24)./strong> © theresilientearth.com |
Según su informe, los científicos utilizaron más de 13 años de datos sobre manchas solares, observando que la energía media de los campos magnéticos disminuía aproximadamente unos 50 gauss por año durante el anterior SC23 y el actual SC24. También observaron que las temperaturas de las manchas se habían elevado exactamente lo previsto según el campo magnético. Si la tendencia continúa, el campo caerá por debajo del umbral de los 1500 gauss y las manchas desaparecerán.
Finalmente, en un tercer trabajo, Richard Altrok observó un enlentecimiento de la deriva hacia los polos de la actividad magnética que se ve en la corona solar. Los investigadores solares llaman a esta deriva “carrera hacia los polos”, y es un patrón bien conocido donde la nueva actividad solar emerge al principio de cada ciclo a unos 70 grados de latitud, y luego se mueve hacia los polos cuando el ciclo se hace más viejo. Al mismo tiempo, los nuevos campos magnéticos empujan los restos del ciclo viejo en dirección a los polos, hasta los 85 grados de latitud.
Según Altrok, que ha basado su trabajo en cuatro décadas de observaciones, estos delicados rasgos coronales son en realidad poderosas y robustas estructuras magnéticas enraizadas en el interior del sol. Los cambios que vemos en la corona reflejan los cambios que ocurren en el interior de nuestra estrella.
El corolario de todo esto es que muchos expertos predicen ahora una gran disminución en la actividad solar futura. Y que mientras algunos alarmistas climáticos intentan dejar de lado el posible impacto de un sol somnoliento, otros científicos dicen que esto nos podría llevar a un nuevo enfriamiento mundial.
Promedio anual de manchas solares: período 1610-2007. © theresilientearth.com |
La Pequeña Edad de Hielo fue un período de frío global que se extendió desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX y que siguió a un período extraordinariamente caluroso, el Período Cálido Medieval u Óptico Climático Medieval (que gozó de temperaturas incluso más altas que las actuales). Hacia 1650 las temperaturas, que ya habían bajado un poco, descendieron aún más, coincidentemente con el llamado Mínimo de Maunder en el que la actividad solar bajó a niveles sin precedentes conocidos. En esa época, por ejemplo, el río Támesis llegó a congelarse y hubo hambrunas por la pérdida de cosechas que no llegaban a madurar por la falta de calor.
El problema más grave es que nuestro mundo actual está muy poco preparado para el frío. El alarmismo climático y el desatino ecológico han acusado irresponsablemente al dióxido de carbono (CO2) como causante del calentamiento que hemos tenido desde fines de la década de 1970 hasta el año 2000, aproximadamente.
Pero el CO2 es un gas necesario para la vida, y si bien su proporción en la atmósfera ha aumentado en el último siglo, quizás en buena parte por el aumento de la actividad tecnológica humana, no hay nada que demuestre que eso haya influido decisivamente en el aumento de la temperatura.
De hecho, a pesar de que el aumento de los niveles de CO2 ha continuado aumentando continuamente (y si bien todavía no han alcanzado niveles anteriores en la historia de nuestro planeta, que llegaron a ser 20 veces mayores que los actuales), las temperaturas se han mantenido básicamente sin variantes desde hace al menos una década.
Tanto es así, que los propios proponentes de la teoría del calentamiento global antropogénico dejaron de llamarlo así, y ahora lo denominan “cambio climático”, como si no supieran que, en efecto, el cambio climático, con sus altas y bajas, ha sido la norma desde que nació la Tierra, hace 4500 millones de años, y que no hay nada que podamos hacer para producirlo ni para evitarlo. En realidad, nuestra tecnología hace que seamos más vulnerables ante las fuerzas desatadas de la naturaleza.
Las temperaturas de fines del siglo XX sí tienen precedentes, y muchos, y han sido iguales o más altas que ahora: hace 1000 años, durante el Cálido Medieval, hace 2000 años, durante el Período Cálido Romano, o hace 3500 años, durante el Período Cálido Minoico, y especialmente más altas durante el Óptimo del Holoceno, hace unos 7000 años. Por supuesto, también han sido más bajas, como la mencionada Pequeña Edad de Hielo, o la bastante más baja todavía del Younger Dryas, hace 11 500... sin olvidar que hace apenas 12 000 años que dejamos atrás la última glaciación.
Es más. Los mismos alarmistas que ahora anuncian desastres causados por el calentamiento, hace apenas 40 años pronosticaban una nueva Edad de Hielo... también causada en parte por el hombre y su tecnología. Basta con leer en cualquier biblioteca o en la web los periódicos y revistas científicas de la época. ¿Absurdo, no?
Sin embargo, el alarmismo ecológico ha logrado volver a asustar a la gente e imponer sus ideas de transformación de nuestra civilización (que en su nueva religión reputan de materialista y malvada), y pretenden que las así llamadas “energías renovables”, principalmente la eólica y la solar, llenen el vacío que dejen los sistemas de generación clásicos, e incluso ahora también la más barata y limpia energía nuclear.
Por eso, estamos muy mal preparados. Por sus características básicas, ni la energía eólica ni la solar son confiables o baratas. Por el contrario, nunca están cuando más se las necesita, de noche o cuando hace frío, y las consecuencias de este error gravísimo las sufrirá el pueblo común, que no tendrá dinero suficiente ni posibilidad real de contar con energía eléctrica para sus necesidades más elementales.
También es posible que un sol quieto sea más propenso a infrecuentes pero muy poderosas eyecciones coronales, las “llamaradas solares” que muchas veces habremos oído nombrar.
Estas llamaradas, si estuvieran dirigidas hacia la Tierra, podrían provocar graves problemas. Podríamos perder nuestras comunicaciones y nuestra red eléctrica, así como buena parte de toda nuestra tecnología electrónica. Con las llamaradas menores hemos tenido algunos percances, pero nada grave. Sin embargo, las más grandes podrían llegar a provocar un “evento Carrington”.
En la mañana del 1 de septiembre de 1859, el astrónomo inglés Richard Carrington notó la aparición de un grupo enorme de manchas extraordinariamente brillantes en el sol. Antes de la madrugada del día siguiente los cielos de todo el mundo estallaron con auroras tan luminosas que incluso se podía leer el periódico en plena noche y sin luz artificial. Estas auroras, que son normalmente fenómenos mucho más débiles y propios de las regiones polares, llegaron a verse incluso en regiones tropicales, tiñendo de rojo los cielos de Hawai y de las Bahamas.
Más problemático aún fue que las brújulas de los barcos no funcionaban correctamente, las aves perdieron temporalmente su capacidad de navegar y los sistemas telegráficos de todo el mundo se inutilizaron. Las chispas que salían de las teclas afectaron a los operadores e incendiaron el papel telegráfico.
La eyección coronal masiva del evento Carrington fue lanzada directamente hacia la Tierra, y solamente tardó 18 horas en viajar una distancia de 150 millones de kilómetros. Algo notable también, ya que en las eyecciones menores el viaje dura de tres a cuatro días.
Esta erupción solar fue monstruosa, superando el nivel X30 de la escala Richter solar. Si bien las dos escalas no pueden ser comparadas directamente, si la explosión solar equivalente fuera transferida a nuestro planeta, tendría un nivel de más de 17 en la escala Richter terrestre de terremotos. La energía total emitida fue equivalente a decenas de millones de bombas atómicas estallando al mismo tiempo.
Ahora, los científicos serios nos advierten que algo parecido podría ocurrir nuevamente, y la cuestión sería mucho más grave.
Los apagones en cascada transportados a escala continental por las líneas de energía de larga distancia podrían durar semanas o meses, mientras los ingenieros luchan por reparar los transformadores dañados. Las unidades de navegación GPS no serían confiables, afectando al tránsito aéreo y marítimo. Las redes financieras y bancarias se cortarían, trastornando el comercio en formas inimaginables a mediados del siglo XIX. Según un informe de 2008 de la Academia Nacional de Ciencias, una tormenta solar de este tipo podría tener el impacto económico de veinte huracanes Katrina, solamente en los EE.UU.
Lo peor es que no podemos hacer nada para impedir un evento de ese tipo. Los investigadores están tratando de detectarlos con tiempo suficiente como para advertir a las autoridades de modo que se puedan tomar acciones que minimicen el daño a nuestra infraestructura, que es mucho más sensible que hace 150 años.
Una flota de naves espaciales rodea al sol, y los analistas corren programas de computadora que, a pocas horas de producida una erupción, pueden dar una idea clara de su potencia, hacia dónde se dirigirá y qué planetas y naves puede afectar, y cuándo ocurrirá el impacto.
Una advertencia seria, aunque sea con pocas horas de anticipación, nos permitiría apagar los instrumentos y equipos más sensibles y mantener en tierra a los aviones. Un apagón tecnológico voluntario generalizado de algunas pocas horas, incluso a nivel mundial, causaría muchísimo menos daño que un impacto total sobre una civilización desprevenida.
Los alarmistas del cambio climático insistirán en que el calentamiento es realmente causado por el hombre, y en que debemos hacer algo al respecto.
El verdadero problema aquí es que los científicos nunca antes han podido estudiar fenómenos como estos, al menos no con satélites e instrumentos modernos. Quienquiera que diga que sabe exactamente cual será el efecto sobre el clima de un período prolongado de inactividad solar, estará mintiendo. Podemos hacer algunas inferencias basadas en datos históricos, datos recogidos por fuentes no muy confiables que utilizaban instrumentos primitivos.
Estas inferencias parecen apuntar a un clima más frío, aunque en realidad es poco más que una especulación. Pero es una especulación seria, basada en observaciones reales, por esquivas que sean, mientras que los augurios del calentamiento global antropogénico se basan en datos manipulados y en hipótesis que tienen una agenda que no es científica.
En vista de los últimos pronósticos sobre la actividad solar, muchos sugerimos no hacer nada. Después de todo, si entramos en un período de enfriamiento global lo último que necesitamos es intentar enfriar todo y hacer un mundo más pobre en disponibilidad de energía, destruyendo de paso todos los logros de nuestra civilización que tanto nos han dado hasta ahora, y que tanto han mejorado nuestras libertades y nuestras condiciones de vida.
Si realmente entramos en un largo período de mínimo solar, y dadas las observaciones de que el enfriamiento se retrasa por hasta una década con respecto a la inactividad solar, deberíamos tener una respuesta sobre la relación sol-clima en unos veinte años.
Hagamos nuestras apuestas: el CO2 o el sol. Por mi parte, sé muy bien bien donde poner mi dinero.
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Basado en un artículo de “The Resilient Earth”, con modificaciones y comentarios propios.
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El problema más grave es que nuestro mundo actual está muy poco preparado para el frío. El alarmismo climático y el desatino ecológico han acusado irresponsablemente al dióxido de carbono (CO2) como causante del calentamiento que hemos tenido desde fines de la década de 1970 hasta el año 2000, aproximadamente.
Pero el CO2 es un gas necesario para la vida, y si bien su proporción en la atmósfera ha aumentado en el último siglo, quizás en buena parte por el aumento de la actividad tecnológica humana, no hay nada que demuestre que eso haya influido decisivamente en el aumento de la temperatura.
De hecho, a pesar de que el aumento de los niveles de CO2 ha continuado aumentando continuamente (y si bien todavía no han alcanzado niveles anteriores en la historia de nuestro planeta, que llegaron a ser 20 veces mayores que los actuales), las temperaturas se han mantenido básicamente sin variantes desde hace al menos una década.
Tanto es así, que los propios proponentes de la teoría del calentamiento global antropogénico dejaron de llamarlo así, y ahora lo denominan “cambio climático”, como si no supieran que, en efecto, el cambio climático, con sus altas y bajas, ha sido la norma desde que nació la Tierra, hace 4500 millones de años, y que no hay nada que podamos hacer para producirlo ni para evitarlo. En realidad, nuestra tecnología hace que seamos más vulnerables ante las fuerzas desatadas de la naturaleza.
Las temperaturas de fines del siglo XX sí tienen precedentes, y muchos, y han sido iguales o más altas que ahora: hace 1000 años, durante el Cálido Medieval, hace 2000 años, durante el Período Cálido Romano, o hace 3500 años, durante el Período Cálido Minoico, y especialmente más altas durante el Óptimo del Holoceno, hace unos 7000 años. Por supuesto, también han sido más bajas, como la mencionada Pequeña Edad de Hielo, o la bastante más baja todavía del Younger Dryas, hace 11 500... sin olvidar que hace apenas 12 000 años que dejamos atrás la última glaciación.
Es más. Los mismos alarmistas que ahora anuncian desastres causados por el calentamiento, hace apenas 40 años pronosticaban una nueva Edad de Hielo... también causada en parte por el hombre y su tecnología. Basta con leer en cualquier biblioteca o en la web los periódicos y revistas científicas de la época. ¿Absurdo, no?
Sin embargo, el alarmismo ecológico ha logrado volver a asustar a la gente e imponer sus ideas de transformación de nuestra civilización (que en su nueva religión reputan de materialista y malvada), y pretenden que las así llamadas “energías renovables”, principalmente la eólica y la solar, llenen el vacío que dejen los sistemas de generación clásicos, e incluso ahora también la más barata y limpia energía nuclear.
Temperatura global desde el fin de la última glaciación hasta el presente. © Holmes |
Por eso, estamos muy mal preparados. Por sus características básicas, ni la energía eólica ni la solar son confiables o baratas. Por el contrario, nunca están cuando más se las necesita, de noche o cuando hace frío, y las consecuencias de este error gravísimo las sufrirá el pueblo común, que no tendrá dinero suficiente ni posibilidad real de contar con energía eléctrica para sus necesidades más elementales.
El sol quieto y el Evento Carrington
También es posible que un sol quieto sea más propenso a infrecuentes pero muy poderosas eyecciones coronales, las “llamaradas solares” que muchas veces habremos oído nombrar.
Estas llamaradas, si estuvieran dirigidas hacia la Tierra, podrían provocar graves problemas. Podríamos perder nuestras comunicaciones y nuestra red eléctrica, así como buena parte de toda nuestra tecnología electrónica. Con las llamaradas menores hemos tenido algunos percances, pero nada grave. Sin embargo, las más grandes podrían llegar a provocar un “evento Carrington”.
En la mañana del 1 de septiembre de 1859, el astrónomo inglés Richard Carrington notó la aparición de un grupo enorme de manchas extraordinariamente brillantes en el sol. Antes de la madrugada del día siguiente los cielos de todo el mundo estallaron con auroras tan luminosas que incluso se podía leer el periódico en plena noche y sin luz artificial. Estas auroras, que son normalmente fenómenos mucho más débiles y propios de las regiones polares, llegaron a verse incluso en regiones tropicales, tiñendo de rojo los cielos de Hawai y de las Bahamas.
Evento Carrington (representación artística) © theresilientearth.com |
Más problemático aún fue que las brújulas de los barcos no funcionaban correctamente, las aves perdieron temporalmente su capacidad de navegar y los sistemas telegráficos de todo el mundo se inutilizaron. Las chispas que salían de las teclas afectaron a los operadores e incendiaron el papel telegráfico.
La eyección coronal masiva del evento Carrington fue lanzada directamente hacia la Tierra, y solamente tardó 18 horas en viajar una distancia de 150 millones de kilómetros. Algo notable también, ya que en las eyecciones menores el viaje dura de tres a cuatro días.
Esta erupción solar fue monstruosa, superando el nivel X30 de la escala Richter solar. Si bien las dos escalas no pueden ser comparadas directamente, si la explosión solar equivalente fuera transferida a nuestro planeta, tendría un nivel de más de 17 en la escala Richter terrestre de terremotos. La energía total emitida fue equivalente a decenas de millones de bombas atómicas estallando al mismo tiempo.
Ahora, los científicos serios nos advierten que algo parecido podría ocurrir nuevamente, y la cuestión sería mucho más grave.
Los apagones en cascada transportados a escala continental por las líneas de energía de larga distancia podrían durar semanas o meses, mientras los ingenieros luchan por reparar los transformadores dañados. Las unidades de navegación GPS no serían confiables, afectando al tránsito aéreo y marítimo. Las redes financieras y bancarias se cortarían, trastornando el comercio en formas inimaginables a mediados del siglo XIX. Según un informe de 2008 de la Academia Nacional de Ciencias, una tormenta solar de este tipo podría tener el impacto económico de veinte huracanes Katrina, solamente en los EE.UU.
Lo peor es que no podemos hacer nada para impedir un evento de ese tipo. Los investigadores están tratando de detectarlos con tiempo suficiente como para advertir a las autoridades de modo que se puedan tomar acciones que minimicen el daño a nuestra infraestructura, que es mucho más sensible que hace 150 años.
Una flota de naves espaciales rodea al sol, y los analistas corren programas de computadora que, a pocas horas de producida una erupción, pueden dar una idea clara de su potencia, hacia dónde se dirigirá y qué planetas y naves puede afectar, y cuándo ocurrirá el impacto.
Una advertencia seria, aunque sea con pocas horas de anticipación, nos permitiría apagar los instrumentos y equipos más sensibles y mantener en tierra a los aviones. Un apagón tecnológico voluntario generalizado de algunas pocas horas, incluso a nivel mundial, causaría muchísimo menos daño que un impacto total sobre una civilización desprevenida.
Los agoreros de siempre
Los alarmistas del cambio climático insistirán en que el calentamiento es realmente causado por el hombre, y en que debemos hacer algo al respecto.
El verdadero problema aquí es que los científicos nunca antes han podido estudiar fenómenos como estos, al menos no con satélites e instrumentos modernos. Quienquiera que diga que sabe exactamente cual será el efecto sobre el clima de un período prolongado de inactividad solar, estará mintiendo. Podemos hacer algunas inferencias basadas en datos históricos, datos recogidos por fuentes no muy confiables que utilizaban instrumentos primitivos.
Estas inferencias parecen apuntar a un clima más frío, aunque en realidad es poco más que una especulación. Pero es una especulación seria, basada en observaciones reales, por esquivas que sean, mientras que los augurios del calentamiento global antropogénico se basan en datos manipulados y en hipótesis que tienen una agenda que no es científica.
En vista de los últimos pronósticos sobre la actividad solar, muchos sugerimos no hacer nada. Después de todo, si entramos en un período de enfriamiento global lo último que necesitamos es intentar enfriar todo y hacer un mundo más pobre en disponibilidad de energía, destruyendo de paso todos los logros de nuestra civilización que tanto nos han dado hasta ahora, y que tanto han mejorado nuestras libertades y nuestras condiciones de vida.
Si realmente entramos en un largo período de mínimo solar, y dadas las observaciones de que el enfriamiento se retrasa por hasta una década con respecto a la inactividad solar, deberíamos tener una respuesta sobre la relación sol-clima en unos veinte años.
Hagamos nuestras apuestas: el CO2 o el sol. Por mi parte, sé muy bien bien donde poner mi dinero.
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Como dice Doug L. Hoffman:
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.
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Basado en un artículo de “The Resilient Earth”, con modificaciones y comentarios propios.
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3 comentarios:
Yo lo único que veo factible es dejarlo llegar. No nos queda otra. La historia del Universo abarca épocas enormes, nosotros somos un suspiro en su largo devenir. No somos nada cundo pensamos en los miles de millones de años que se toman en suceder los eventos a ese nivel.
Gracias Heber por tan didáctico trabajo. Efectivamente, la energía de nuestro sistema climático procede del Sol, mientras algunos parecen empeñarse en señalar banalidades con el único afán de asustarnos y obtener ingentes sumas de dinero (15€/Tn carbono según tratado de Kyoto, aunque los ecologistas piden 100€/Tn). Ruina provocada.
Sobre las tormentas magnéticas de origen solar, tenemos una más próxima, en marzo/1989, de menor intensidad que la de 1859, que provocó un apagón eléctrico en la red de Quebec (Canadá). Desde entonces, en latitudes altas, se mide el flujo magnético de los grandes transformadores eléctricos para evitar su saturación.
Pero tengamos en cuenta que la única opción posible es provocar un blackout (apagón) para evitar daños durante las horas o dias que dure el fenómeno. Las consecuencias serían tremendas en nuestra super-electrificada civilización. Pero no parece que sea un factor contemplado en los Planes de Emergencia, al menos en España.
Un cordial saludo
Francamente interesante y esclarecedor
Un sdaludo
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