También es posible que un sol quieto sea más propenso a infrecuentes pero muy poderosas eyecciones coronales, las “llamaradas solares” que muchas veces habremos oído nombrar.
Estas llamaradas, si estuvieran dirigidas hacia la Tierra, podrían provocar graves problemas. Podríamos perder nuestras comunicaciones y nuestra red eléctrica, así como buena parte de toda nuestra tecnología electrónica. Con las llamaradas menores hemos tenido algunos percances, pero nada grave. Sin embargo, las más grandes podrían llegar a provocar un “evento Carrington”.
En la mañana del 1 de septiembre de 1859, el astrónomo inglés Richard Carrington notó la aparición de un grupo enorme de manchas extraordinariamente brillantes en el sol. Antes de la madrugada del día siguiente los cielos de todo el mundo estallaron con auroras tan luminosas que incluso se podía leer el periódico en plena noche y sin luz artificial. Estas auroras, que son normalmente fenómenos mucho más débiles y propios de las regiones polares, llegaron a verse incluso en regiones tropicales, tiñendo de rojo los cielos de Hawai y de las Bahamas.
Más problemático aún fue que las brújulas de los barcos no funcionaban correctamente, las aves perdieron temporalmente su capacidad de navegar y los sistemas telegráficos de todo el mundo se inutilizaron. Las chispas que salían de las teclas afectaron a los operadores e incendiaron el papel telegráfico.
La eyección coronal masiva del evento Carrington fue lanzada directamente hacia la Tierra, y solamente tardó 18 horas en viajar una distancia de 150 millones de kilómetros. Algo notable también, ya que en las eyecciones menores el viaje dura de tres a cuatro días.
Esta erupción solar fue monstruosa, superando el nivel X30 de la escala Richter solar. Si bien las dos escalas no pueden ser comparadas directamente, si la explosión solar equivalente fuera transferida a nuestro planeta, tendría un nivel de más de 17 en la escala Richter terrestre de terremotos. La energía total emitida fue equivalente a decenas de millones de bombas atómicas estallando al mismo tiempo.
Ahora, los científicos serios nos advierten que algo parecido podría ocurrir nuevamente, y la cuestión sería mucho más grave.
Los apagones en cascada transportados a escala continental por las líneas de energía de larga distancia podrían durar semanas o meses, mientras los ingenieros luchan por reparar los transformadores dañados. Las unidades de navegación GPS no serían confiables, afectando al tránsito aéreo y marítimo. Las redes financieras y bancarias se cortarían, trastornando el comercio en formas inimaginables a mediados del siglo XIX. Según un informe de 2008 de la Academia Nacional de Ciencias, una tormenta solar de este tipo podría tener el impacto económico de veinte huracanes Katrina, solamente en los EE.UU.
Lo peor es que no podemos hacer nada para impedir un evento de ese tipo. Los investigadores están tratando de detectarlos con tiempo suficiente como para advertir a las autoridades de modo que se puedan tomar acciones que minimicen el daño a nuestra infraestructura, que es mucho más sensible que hace 150 años.
Una flota de naves espaciales rodea al sol, y los analistas corren programas de computadora que, a pocas horas de producida una erupción, pueden dar una idea clara de su potencia, hacia dónde se dirigirá y qué planetas y naves puede afectar, y cuándo ocurrirá el impacto.
Una advertencia seria, aunque sea con pocas horas de anticipación, nos permitiría apagar los instrumentos y equipos más sensibles y mantener en tierra a los aviones. Un apagón tecnológico voluntario generalizado de algunas pocas horas, incluso a nivel mundial, causaría muchísimo menos daño que un impacto total sobre una civilización desprevenida.
Los agoreros de siempre
Los alarmistas del cambio climático insistirán en que el calentamiento es realmente causado por el hombre, y en que debemos hacer algo al respecto.
El verdadero problema aquí es que los científicos nunca antes han podido estudiar fenómenos como estos, al menos no con satélites e instrumentos modernos. Quienquiera que diga que sabe exactamente cual será el efecto sobre el clima de un período prolongado de inactividad solar, estará mintiendo. Podemos hacer algunas inferencias basadas en datos históricos, datos recogidos por fuentes no muy confiables que utilizaban instrumentos primitivos.
Estas inferencias parecen apuntar a un clima más frío, aunque en realidad es poco más que una especulación. Pero es una especulación seria, basada en observaciones reales, por esquivas que sean, mientras que los augurios del calentamiento global antropogénico se basan en datos manipulados y en hipótesis que tienen una agenda que no es científica.
En vista de los últimos pronósticos sobre la actividad solar, muchos sugerimos no hacer nada. Después de todo, si entramos en un período de enfriamiento global lo último que necesitamos es intentar enfriar todo y hacer un mundo más pobre en disponibilidad de energía, destruyendo de paso todos los logros de nuestra civilización que tanto nos han dado hasta ahora, y que tanto han mejorado nuestras libertades y nuestras condiciones de vida.
Si realmente entramos en un largo período de mínimo solar, y dadas las observaciones de que el enfriamiento se retrasa por hasta una década con respecto a la inactividad solar, deberíamos tener una respuesta sobre la relación sol-clima en unos veinte años.
Hagamos nuestras apuestas: el CO2 o el sol. Por mi parte, sé muy bien bien donde poner mi dinero.
, con modificaciones y comentarios propios.