Preocupados por su caída en las encuestas de opinión, los calentólogos redoblan la apuesta. |
En 1999 Patrick Moore, co-fundador y ex-presidente (1977-1986) de Greenpeace, declaró en una entrevista realizada por la revista New Scientist:
"El movimiento ambientalista abandonó la ciencia y la lógica en algún lugar a mediados de los '80, justo cuando la sociedad en general estaba adoptando todos los puntos más razonables de la agenda ambientalista. Esto fue así porque muchos ambientalistas no podían realizar la transición de la confrontación al consenso, y no podían escapar de la política de adversarios. Esto se aplica particularmente a los activistas políticos que estaban utilizando la retórica ambientalista para esconder agendas que tenían que ver más con la lucha de clases y el anti-corporativismo que sobre la ciencia real del medioambiente. Para mantenerse en un papel confrontativo, estas gentes tuvieron que adoptar posiciones aún más extremistas porque todas las razonables estaban siendo aceptadas". |
Desde mediados de la década de 1980, prácticamente todos los movimientos e instituciones ecologistas fueron siendo infiltrados y dominados por grupos político-filosóficos contrarios a las ideas democráticas y al sistema económico del mundo occidental que se trasladaron a ellos luego del fracaso y caída del “socialismo real”.
Durante años, estas organizaciones ecologistas han ido creciendo en importancia, en activismo, en poder y en riqueza. Manejan miles de millones de dólares en donaciones y en prebendas oficiales. Lo han logrado principalmente invocando fines idealistas, desinterés y solidaridad con los más desfavorecidos, sin vacilar jamás en la exageración de peligros posibles, e incluso sin dudar en la creación de males completamente imaginarios basados en amenazas inexistentes, para así poder alcanzar los objetivos de su agenda política.
Ejemplo claro ha sido la utilización del así llamado “calentamiento global antropogénico”, es decir, de la variabilidad natural del clima de nuestro planeta pero relacionándola con la actividad humana industrial. De ese modo, sus ideólogos han podido reponerse de la pérdida de su utopía socialista y revolverse nuevamente contra sus viejos contrincantes filosóficos: la sociedad occidental y el sistema de valores democráticos que la sustentan.
Para ello han contado hasta ahora con la complacencia de algunos, la complicidad de otros, y principalmente, con la buena fe de una mayoría que ha creído en sus engaños y en su alarmismo catastrófico y que ha sido tocada en sus sentimientos más profundos con un sentimiento de culpa por las desgracias de los menos favorecidos.
En su tarea han sido ayudados por un pequeño grupo de científicos que han faltado a la ética del método científico, por el apoyo de gobiernos occidentales que han aprovechado la situación para atemorizar y aumentar la presión impositiva de sus pueblos y de gobiernos totalitarios o cuasi-dictatoriales que han visto la oportunidad de aprovecharse de la credulidad del mundo occidental, así como por individuos y compañías que se están enriqueciendo con subsidios y apoyos económicos estatales. En ese conjunto de asociados no puede olvidarse, además, el juego que han seguido los principales medios de información del mundo, que han utilizado sus noticias y posiciones alarmistas para llevar dinero a sus arcas, y por periodistas que han logrado desarrollar verdaderas carreras especializadas en todo este tinglado propagandístico.
Lamentablemente para sus intereses, en noviembre de 2009 surgió el escándalo del “”climategate””, es decir, la publicación de un conjunto de archivos que contenían e-mails y códigos de programación pertenecientes al CRU (Climate Research Unit – Unidad de Investigación del Clima) de la universidad de East Anglia, uno de los principales organismos a nivel mundial para el registro y seguimiento de las temperaturas globales.
Esta información puso al descubierto lo que desde hacía tiempo sospechaba y acusaba un pequeño grupo de escépticos que contra viento y marea se enfrentaban a esta conjunción global de intereses seudo-ambientalistas. Los e-mails y los códigos de programa demostraban los engaños, las presiones y la tergiversación de datos, así como el esfuerzo para ocultar e incluso destruir la información original con la cual habían creado sus propios registros oficiales “transformados” que habían luego mostrado al público para “demostrar” la causa humana del calentamiento global que se había producido en el último tercio del siglo XX.
El hasta entonces director del CRU, Phil Jones, fue separado del cargo y sometido a una investigación muy “light” por parte de la universidad de East Anglia y por políticos del parlamento británico, que sin dejar nada en claro lo eximió de culpas penales, aunque no pudo evitar el reconocimiento de sus faltas a la ética científica.
Luego, en cascada, han venido desenmascarándose los engaños perpetrados por los dirigentes del IPCC, el organismo mundial dependiente de la ONU encargado del estudio del cambio climático. A pesar de los exabruptos de su presidente, Rajendra Pachauri, se vio obligada a reconocer que, por ejemplo, sus profecías sobre el deshielo de los glaciares del Himalaya para el año de 2035 eran totalmente falsas, aunque todavía queda por aclarar el pequeño detalle de los más de tres millones y medio de dólares recibidos por una organización también presidida por Pachauri para el “estudio” de este falso deshielo y sus aún más falsas consecuencias. Uno de los científicos del mismo IPCC reconoció que estos informes falsos habían sido emitidos para presionar a los líderes políticos a los efectos de que adoptaran las medidas exigidas por los ambientalistas.
El propio Phil Jones, en declaraciones periodísticas, reconoció también que desde 1998 las temperaturas habían dejado de aumentar pese al crecimiento de los niveles de dióxido de carbono, un gas necesario para la vida e injustamente acusado de ser culpable de un “desastre climático” que existe únicamente en los programas de computadora digitados por la comunidad ecologista (de hecho, la década 2001-2010 fue la más nivosa que se haya registrado). Reconoció además que ese calentamiento de fines del siglo XX era similar a varios otros ocurridos anteriormente por razones naturales y cíclicas, algo totalmente normal y que ha venido ocurriendo una y otra vez desde la formación de nuestro planeta hace unos 4 500 millones de años.
La desesperación que todo esto ha causado en las filas ambientalistas es notoria, y ha llevado a la proliferación de augurios cada vez más catastróficos y descabellados que, sin embargo, no han podido evitar su creciente caída de credibilidad, según muestran las encuestas de países como Alemania, Inglaterra, Francia, Australia, e incluso de los EE. UU.
Y por si esto fuera poco, han decidido pasar a una acción incluso más directa. Por supuesto, no los frena ningún escrúpulo ni ningún respeto hacia los derechos de los demás. Es notorio en ese sentido su desprecio por los valores democráticos, tal como lo expresara el propio James Lovelock, creador de la “hipótesis Gaia” y uno de los máximos gurúes del ecologismo, en una entrevista realizada por el periódico The Guardian del Reino Unido el día 29 de marzo de 2010:
Durante años, estas organizaciones ecologistas han ido creciendo en importancia, en activismo, en poder y en riqueza. Manejan miles de millones de dólares en donaciones y en prebendas oficiales. Lo han logrado principalmente invocando fines idealistas, desinterés y solidaridad con los más desfavorecidos, sin vacilar jamás en la exageración de peligros posibles, e incluso sin dudar en la creación de males completamente imaginarios basados en amenazas inexistentes, para así poder alcanzar los objetivos de su agenda política.
Ejemplo claro ha sido la utilización del así llamado “calentamiento global antropogénico”, es decir, de la variabilidad natural del clima de nuestro planeta pero relacionándola con la actividad humana industrial. De ese modo, sus ideólogos han podido reponerse de la pérdida de su utopía socialista y revolverse nuevamente contra sus viejos contrincantes filosóficos: la sociedad occidental y el sistema de valores democráticos que la sustentan.
Para ello han contado hasta ahora con la complacencia de algunos, la complicidad de otros, y principalmente, con la buena fe de una mayoría que ha creído en sus engaños y en su alarmismo catastrófico y que ha sido tocada en sus sentimientos más profundos con un sentimiento de culpa por las desgracias de los menos favorecidos.
En su tarea han sido ayudados por un pequeño grupo de científicos que han faltado a la ética del método científico, por el apoyo de gobiernos occidentales que han aprovechado la situación para atemorizar y aumentar la presión impositiva de sus pueblos y de gobiernos totalitarios o cuasi-dictatoriales que han visto la oportunidad de aprovecharse de la credulidad del mundo occidental, así como por individuos y compañías que se están enriqueciendo con subsidios y apoyos económicos estatales. En ese conjunto de asociados no puede olvidarse, además, el juego que han seguido los principales medios de información del mundo, que han utilizado sus noticias y posiciones alarmistas para llevar dinero a sus arcas, y por periodistas que han logrado desarrollar verdaderas carreras especializadas en todo este tinglado propagandístico.
Lamentablemente para sus intereses, en noviembre de 2009 surgió el escándalo del “”climategate””, es decir, la publicación de un conjunto de archivos que contenían e-mails y códigos de programación pertenecientes al CRU (Climate Research Unit – Unidad de Investigación del Clima) de la universidad de East Anglia, uno de los principales organismos a nivel mundial para el registro y seguimiento de las temperaturas globales.
Esta información puso al descubierto lo que desde hacía tiempo sospechaba y acusaba un pequeño grupo de escépticos que contra viento y marea se enfrentaban a esta conjunción global de intereses seudo-ambientalistas. Los e-mails y los códigos de programa demostraban los engaños, las presiones y la tergiversación de datos, así como el esfuerzo para ocultar e incluso destruir la información original con la cual habían creado sus propios registros oficiales “transformados” que habían luego mostrado al público para “demostrar” la causa humana del calentamiento global que se había producido en el último tercio del siglo XX.
El hasta entonces director del CRU, Phil Jones, fue separado del cargo y sometido a una investigación muy “light” por parte de la universidad de East Anglia y por políticos del parlamento británico, que sin dejar nada en claro lo eximió de culpas penales, aunque no pudo evitar el reconocimiento de sus faltas a la ética científica.
Luego, en cascada, han venido desenmascarándose los engaños perpetrados por los dirigentes del IPCC, el organismo mundial dependiente de la ONU encargado del estudio del cambio climático. A pesar de los exabruptos de su presidente, Rajendra Pachauri, se vio obligada a reconocer que, por ejemplo, sus profecías sobre el deshielo de los glaciares del Himalaya para el año de 2035 eran totalmente falsas, aunque todavía queda por aclarar el pequeño detalle de los más de tres millones y medio de dólares recibidos por una organización también presidida por Pachauri para el “estudio” de este falso deshielo y sus aún más falsas consecuencias. Uno de los científicos del mismo IPCC reconoció que estos informes falsos habían sido emitidos para presionar a los líderes políticos a los efectos de que adoptaran las medidas exigidas por los ambientalistas.
El propio Phil Jones, en declaraciones periodísticas, reconoció también que desde 1998 las temperaturas habían dejado de aumentar pese al crecimiento de los niveles de dióxido de carbono, un gas necesario para la vida e injustamente acusado de ser culpable de un “desastre climático” que existe únicamente en los programas de computadora digitados por la comunidad ecologista (de hecho, la década 2001-2010 fue la más nivosa que se haya registrado). Reconoció además que ese calentamiento de fines del siglo XX era similar a varios otros ocurridos anteriormente por razones naturales y cíclicas, algo totalmente normal y que ha venido ocurriendo una y otra vez desde la formación de nuestro planeta hace unos 4 500 millones de años.
La desesperación que todo esto ha causado en las filas ambientalistas es notoria, y ha llevado a la proliferación de augurios cada vez más catastróficos y descabellados que, sin embargo, no han podido evitar su creciente caída de credibilidad, según muestran las encuestas de países como Alemania, Inglaterra, Francia, Australia, e incluso de los EE. UU.
Y por si esto fuera poco, han decidido pasar a una acción incluso más directa. Por supuesto, no los frena ningún escrúpulo ni ningún respeto hacia los derechos de los demás. Es notorio en ese sentido su desprecio por los valores democráticos, tal como lo expresara el propio James Lovelock, creador de la “hipótesis Gaia” y uno de los máximos gurúes del ecologismo, en una entrevista realizada por el periódico The Guardian del Reino Unido el día 29 de marzo de 2010:
"Necesitamos un mundo más autoritario”… …”Tengo un sentimiento de que el cambio climático puede ser un asunto tan severo como una guerra. Puede que sea necesario dejar de lado a la democracia por algún tiempo” |
Pero esto tampoco pareció suficiente y pocos días después, el 2 de abril de 2010, el blog de Greenpeace publicó un artículo en dos partes lleno de amenazas personales y físicas contra los que opinaran en contra de sus preceptos dogmáticos. Con palabras dignas de cualquier grupúsculo terrorista, el autor decía, entre otras barbaridades:
"Debemos quebrantar la ley para hacer las leyes que necesitamos; leyes que se suponen deben proteger a la sociedad y proteger a nuestro futuro”… …”Necesitamos un ejército de forajidos climáticos”… …”Sabemos quienes son ustedes. Sabemos donde viven. Sabemos donde trabajan. Y nosotros somos muchos, pero ustedes son pocos”. |
Es claramente una imposición por el terror, pretendiendo dominar con la amenaza física no solamente a quienes disienten con ellos, sino incluso contra sus familiares y sus compañeros de trabajo. No en vano imitan a los fanáticos religiosos cuando llaman “negacionistas” a quienes cometen el “pecado” de opinar en forma diferente.
Es que en verdad el desprecio que estas personas sienten hacia los demás no conoce límites. El 6 de abril de 2010, en un foro ecologista (el TreeHuggers Forum) se comentaba la noticia de 115 mineros chinos atrapados en una mina de carbón y que corrían peligro de muerte. Uno de los foristas, al parecer integrante del blog “Green Earth Friend” (Amigo de la Tierra Verde) contestó así:
Es que en verdad el desprecio que estas personas sienten hacia los demás no conoce límites. El 6 de abril de 2010, en un foro ecologista (el TreeHuggers Forum) se comentaba la noticia de 115 mineros chinos atrapados en una mina de carbón y que corrían peligro de muerte. Uno de los foristas, al parecer integrante del blog “Green Earth Friend” (Amigo de la Tierra Verde) contestó así:
"Odio ser tan duro, … pero realmente no me importan los mineros. Si trabajan para la industria petrolera/del carbón, están trabajando para destruir el medioambiente y se merecen cualquier karma que les caiga. Lo lamento”. |
Los medios de presión no se limitan a las amenazas físicas, sino también a las económicas y sobre naciones enteras. Varias organizaciones ecologistas, por ejemplo, intentaron frenar un préstamo del Banco Mundial para construir una planta de generación eléctrica en Sud África porque funcionaría con carbón, tal como nos cuenta esta noticia. El hecho de que esta planta permitiría el acceso a la energía eléctrica a millones de personas que ahora carecen de ella y que con ello mejorarían notablemente su calidad de vida, no movió ni un cabello de su cabeza ambientalista.
Ahora intentan acallar a todos quienes opinen en contrario utilizando las armas de las dictaduras más atroces que ha conocido la humanidad. Sabiendo que su causa está perdida cuando se enfrenta a la razón, pretende lograr que cualquier forma de disenso sea considerada delito, un “ecocidio” como lo llaman, comparable a cualquier otro crimen punible en el derecho internacional, tal como lo pide Polly Higgins, una abogada y activista británica. Hay que hacer notar, sin embargo, que no es la primera en pedir un castigo capital para los que se nieguen a aceptar sus dogmas.
Fue el húngaro Paul Hollander quien dijo acertadamente que "Los humanos motivados por nobles ideales son capaces de infligir un terrible sufrimiento con una conciencia limpia". Tal es lo que acontece con los fanáticos de esta nueva cuasi-religión.
Nuestro deber, sin embargo, es enfrentarlos y desenmascararlos, sin violencias, sin rencor, pero también sin desmayo, en aras del verdadero humanismo. Porque como siempre, y como también dijera sabiamente don José Gervasio Artigas, “la cuestión es entre la libertad y el despotismo”.
Ahora intentan acallar a todos quienes opinen en contrario utilizando las armas de las dictaduras más atroces que ha conocido la humanidad. Sabiendo que su causa está perdida cuando se enfrenta a la razón, pretende lograr que cualquier forma de disenso sea considerada delito, un “ecocidio” como lo llaman, comparable a cualquier otro crimen punible en el derecho internacional, tal como lo pide Polly Higgins, una abogada y activista británica. Hay que hacer notar, sin embargo, que no es la primera en pedir un castigo capital para los que se nieguen a aceptar sus dogmas.
Fue el húngaro Paul Hollander quien dijo acertadamente que "Los humanos motivados por nobles ideales son capaces de infligir un terrible sufrimiento con una conciencia limpia". Tal es lo que acontece con los fanáticos de esta nueva cuasi-religión.
Nuestro deber, sin embargo, es enfrentarlos y desenmascararlos, sin violencias, sin rencor, pero también sin desmayo, en aras del verdadero humanismo. Porque como siempre, y como también dijera sabiamente don José Gervasio Artigas, “la cuestión es entre la libertad y el despotismo”.
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Como dice Doug L. Hoffman:
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.