Religión, totalitarismo, falsedad, y otras cosas relacionadas entre sí.
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Así, se ha tergiversado el pasado, ocultando y transformando los hechos para acomodarse a la realidad querida por los poderosos de turno. Son las famosas “historias oficiales” que han aparecido y reaparecido continuamente en todas las épocas, culturas y naciones, para dominar y formar la mente de los poseídos.
Tal vez su punto máximo se haya alcanzado durante el apogeo comunista, cuando se podía constatar la evolución de los poderes personales dentro de la “nomenklatura” del socialismo real, examinando el cambio que se producía en las fotografías de los actos oficiales al compararlas con publicaciones anteriores; los miembros que habían sido purgados simplemente desaparecían, eran borrados como si nunca hubieran existido y se transformaban en otra persona, o en un árbol, o en un trozo de muro, y lo único que permanecía sin cambiar era la imagen omnipresente del líder en su centro.
Giordano Bruno (1548-1600), víctima del terrorismo de la Iglesia Católica.
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Estas imposiciones de la verdad han conocido de una gran variedad de armas: la fuerza bruta, el temor religioso, y la disuasión del dinero, así como una serie de combinaciones de todas ellas. No en vano fue en Bizancio cuando llegó aquel primer compromiso abierto y descarado (no primero en el tiempo, pero sí en su desfachatez) en el que un primado de la iglesia se alió con el emperador de turno, diciéndole “ayúdame a eliminar a mis enemigos, que yo te ayudaré a eliminar a los tuyos”; y así fue que Constantino vio una cruz en los cielos.
Esa alianza religión-armas-dinero que existió siempre, alcanzó su punto más alto con el advenimiento de las religiones monoteístas ya que éstas, por su misma naturaleza, implicaban una “verdad absoluta” que no admitía disensiones. Por eso mismo, fueron desde un principio enemigas del conocimiento independiente, y por lo tanto de la ciencia, cuando esta última entendió que su herramienta básica eran la duda y la investigación.
Las víctimas fueron muchas. La inquisición arrasó Europa, y Galileo fue su víctima científica más notoria ; Giordano Bruno no fue un mártir de la ciencia, sino del espíritu contestatario, rebelde, impenitente e inquisidor. Por lo tanto, su crimen fue aún mayor y la época no lo ayudó: el fuego que lo consumió sigue ardiendo en la iglesia católica actual que no ha podido ni querido reconocer su horrendo crimen, como lo muestra claramente la persona del actual monarca vaticano, el antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (heredera de la Inquisición y del Santo Oficio), Joseph Ratzinger.
Con el tiempo, las disensiones y los juegos de poder fueron minando las potestades de la iglesia católica. El protestantismo alemán, los deseos carnales de un rey inglés, las ideas revolucionarias francesas y las ambiciones de los poderes económicos y militares debilitaron el férreo dominio que la iglesia católica (y las otras iglesias cristianas) tenían sobre las mentes de sus fieles creyentes, que comenzaron lentamente a ser menos fieles y creyentes y más libres y discutidores.
Salman Rushdie (1947- ), perseguido por el terrorismo islámico del siglo XXI.
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De todos modos, esa alianza poder-religión surgió también a partir de una filosofía considerada atea: el comunismo.
En efecto, el comunismo comparte muchos principios con cualquier otra religión monoteísta: el monopolio de la verdad absoluta y, por lo tanto, la criminalización de toda opinión contraria, la doctrina del partido único (la iglesia verdadera), el dogma marxista iluminado y omnisciente (su biblia o corán) tal cual lo explicó el filósofo alemán (su mesías) y que fue desarrollado por los grandes dirigentes y filósofos comunistas (sus profetas), la seguridad absoluta de un futuro idealizado e inalcanzable en la etapa actual (el paraíso socialista), el sacrificio actual necesario para alcanzarlo (mandamientos y penitencias), una grey callada, sumisa y obediente a los mandatos de los sabios dirigentes oficiales (los sacerdotes).
No resulta extraño, entonces, que la libertad de expresión y de difusión de ideas haya sufrido también la persecución del estado comunista. No podía ser de otra manera. E incluso la propia ciencia recibió sus embates cuando alguno de sus iluminados convenció a la dirigencia de la verdad “política” de sus ideas. Tal fue el caso de la biología de la antigua Unión Soviética, que resultó gravemente afectada por las doctrinas de Lysenko, un ignorante leal al partido que suprimió por más de 20 años cualquier atisbo de investigación genética.
Por supuesto, cualquier forma de poder resiente la libertad de información y de expresión, ya que el conocimiento puede minar sus propios intereses. Es interesante ver como incluso los gobiernos democráticos intentan también suprimir o aminorar estas libertades, utilizando diferentes formas más o menos legales, pero siempre “procurando el bienestar del pueblo”.
Estas medidas anti-libertarias incluyen diferentes regulaciones que van desde las más duras, como el secreto militar, hasta otras más sutiles como la utilización de la publicidad oficial para “ayudar” a los medios obsecuentes y “castigar” a los opositores, pasando por muchas intermedias como el secreto bancario, impositivo o patrimonial, o la posibilidad ejecutiva de otorgar y quitar licencias para radio y televisión abiertas.
Todas estas pretensiones de sojuzgamiento deben imponerse por el temor a algún castigo, y es así que los estados y las religiones (es decir, los gobernantes y los sacerdotes) se arrogan para sí mismos el monopolio del uso de la fuerza coercitiva. Por supuesto, en el caso de la religión no asociada al poder político-militar ese castigo es post-mortem, pero no por eso resulta menos real para los creyentes convencidos.
Atocha, 11 de marzo de 2004: la insanía islámica en acción.
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Tal vez el ejemplo más claro se dé con el llamado ecologismo, un movimiento filosófico-político-económico con intereses varios pero que utiliza toda una gama de subterfugios y engaños para obtener resultados que le sean positivos, infundiendo el temor (físico y psicológico) a quienes pretendan oponerse a sus opiniones y vaticinios. Acá vemos también una forma embozada de religión, con sus gurúes e infiernos incluidos, que pretenden tener el derecho de arrasar con todos los que no los acompañen en su lucha por un paraíso idealizado y que no puede aceptar ninguna forma de duda, disenso o investigación.
Y así, el horror del terrorismo se instaló entre los seres humanos. Terrorismo de estado, cuando las diversas formas de religión se unen al estatemento militar/económico y alcanzan el poder y lo utilizan para sojuzgar a sus ciudadanos. Terrorismo a secas, cuando los fanáticos intentan alcanzar el poder y destruir a los que no inclinen la cerviz ante sus ideas.
Seamos justos, sin embargo, y reconozcamos que los intereses económicos de las poderosas compañías internacionales también saben jugar este juego, y realizan sus movimientos y contra-movimientos para oponerse a toda información, duda o crítica que pueda afectarlos, utilizando para tal fin todas las armas a su disposición.
Es por todo esto que podemos asegurar que el poder, cualquiera sea la forma en que se presente, necesariamente considera que el escepticismo, la duda y el método científico son sus enemigos irreconciliables. Y es también por eso que los que verdaderamente luchan por la libertad y el conocimiento tienen, como única arma, la divulgación del escepticismo y de la búsqueda científica de la verdad. Cosas que, como bien sabemos, no son absolutas sino, sencillamente, una aproximación cada vez más cercana a la verdad final, una meta que por otra parte reconocemos como casi imposible. Afortunadamente.
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