”El cielo se abrió en dos, y todo el norte se cubrió de fuego…” |
Aproximadamente a las 7:17 de la mañana del 30 de junio de 1908, un hombre está sentado en el porche del puesto comercial de Vanavara, en Siberia. En unos instantes, a 60 Km. de un inmenso estallido de origen desconocido, será arrojado de su silla y el calor será tan intenso que creerá que su camisa se ha prendido. Este hombre del puesto comercial, y otros de una región casi deshabitada de Siberia cercana al río Podkamennaya Tunguska, serán testigos accidentales de la historia cosmológica.
“Si se desea comenzar una conversación en el negocio de los asteroides, lo único que se debe hacer es pronunciar la palabra ‘Tunguska’”, dijo Don Yeomans, gerente de la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA. “Es la única entrada que tenemos en la era moderna de un gran meteoroide con descripciones de primera mano”.
Si bien el impacto ocurrió en 1908, la primera expedición científica al área tuvo que esperar 19 años. En 1921 Leonid Kulik, conservador de la colección de meteoritos del museo de San Petersburgo dirigió una expedición al Tunguska, pero las durísimas condiciones de la taigá siberiana frustraron el intento de su equipo de alcanzar el área del estallido. En 1927, una nueva expedición también dirigida por Kulik logró llegar a la meta.
“Al principio, las gentes del lugar fueron reacias a hablar del asunto con Kulik”, comentó Yeomans. “Creían que la explosión se debía a una visita del dios local Ogdy, que había maldecido a la región aplastando árboles y matando animales”.
Si bien inicialmente puede haber sido difícil conseguir testimonios, por los alrededores había muchísima evidencia. Dos mil kilómetros cuadrados de bosque habían sido partidos al medio. Ochenta millones de árboles estaban caídos de costado, yaciendo en un patrón radial.
“Esos árboles sirvieron de marcadores, apuntando directamente hacia fuera desde el epicentro del estallido”, dijo Yeomans. “Más tarde, cuando el equipo llegó al terreno cero, descubrieron que los árboles se mantenían de pie.. pero las ramas y la corteza habían sido arrancados. Parecían un bosque de postes telefónicos”.
Un desramado de este tipo requiere ondas de choque rápidas que desgajen las ramas del árbol antes de que las mismas puedan transferir el momentum del impacto al tronco del árbol. Treinta años después del estallido del Tunguska, también se podía encontrar árboles sin ramas en el sitio de otra explosión masiva… en Hiroshima, Japón.
Las expediciones de Kulik (viajó al Tunguska en tres ocasiones diferentes) consiguieron finalmente que algunos de los pobladores del lugar hablaran. Uno fue el hombre del puesto comercial de Vanavara que había sido testigo del golpe de calor y que había sido arrojado a varios metros de su silla. He aquí su relato:
“De pronto, en el cielo norte… el cielo se abrió en dos, y muy por sobre encima del bosque toda la parte septentrional del cielo apareció como cubierta de fuego… en ese momento hubo un estruendo y un fuerte estallido… El estallido fue seguido por un ruido como de rocas que caían del cielo, o de cañones haciendo fuego. La tierra tembló”.
La tremenda explosión produjo un fuerte golpe. La onda de choque sísmica resultante fue registrada por barómetros sensibles en lugares tan lejanos como Inglaterra. A grandes altitudes se formaron densas nubes sobre la región, que reflejaron la luz solar que llegaba desde más allá del horizonte. El cielo nocturno resplandeció, y llegaron noticias que gente que vivía en zonas tan remotas como Asia pudo leer los periódicos fuera de su casa hasta la medianoche. Localmente, cientos de renos, el sustento de los pastores del lugar, resultaron muertos, pero no hubo ninguna evidencia directa de que alguna persona hubiera perecido como resultado del estallido.
“Un siglo más tarde, todavía se debate sobre la causa y algunos proponen diferentes escenarios que pudieron haber causado la explosión”, dijo Yeomans. “Pero la teoría más aceptada es que en la mañana del 30 de junio de 1908 una gran roca, de unos 40 metros de diámetro, entró en la atmósfera de Siberia y detonó en el cielo”.
Se estima que el asteroide entró en la atmósfera terrestre viajando a una velocidad de unos 53 000 kilómetros por hora. Durante su rápida zambullida, la roca de 100 millones de kilogramos calentó el aire que la rodeaba hasta una temperatura de unos 24 700 grados centígrados. A las 7:17 a.m. (hora local de Siberia) y a una altitud de unos 8 400 metros, la combinación de presión y calor hizo que el asteroide se fragmentara y resultara aniquilado, produciendo una bola de fuego y liberando una energía equivalente a unas 185 bombas de Hiroshima.
“Esa es la razón por la cual no hay un cráter de impacto”, dijo Yeomans. “La mayor parte del asteroide se consumió en la explosión”.
Yeomans y sus colegas de la Oficina de Objetos Cercanos a la Tierra del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA tienen la tarea de calcular las órbitas de los cometas y asteroides actuales que cruzan el camino de la Tierra y que pudieran ser peligros potenciales para nuestro planeta.
Yeomans estima que, en promedio, un asteroide del tamaño del que cayó en Tunguska entrará en la atmósfera de la Tierra una vez cada 300 años. En este centésimo aniversario del suceso de Tunguska, ¿podríamos pensar que todavía estaremos libres de meteoros en nuestro cielo por otros 200 años?
“No necesariamente”, dijo Yeomans. “El lapso de 300 años entre sucesos tipo Tunguska es un promedio basado en nuestros mejores conocimientos científicos. Pienso todo el tiempo sobre Tunguska desde un punto de vista científico, pero la noción de otro Tunguska no es algo que me quite el sueño”.
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Artículo original: “100 Years of Space Rock: The Tunguska Impact”
Fecha: Junio 27, 2008
Enlace con el artículo original: aquí
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