Un informe tendencioso e inexacto
El “Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático” (IPCC = Intergovernmental Panel on Climate Change), el organismo que tiene como misión elaborar y publicar cada cinco años un informe sobre el cambio climático, es un cuerpo integrado por científicos que a priorisostienen posiciones claras tanto sobre los efectos como sobre las causas del fenómeno. Por lo tanto el informe resultante ya es tendencioso, si bien este aspecto resulta muy limitado por el carácter científico de sus elaboradores.
Pero a su vez, ese informe produce (inicialmente, y antes de ser publicada su versión definitiva) un resumen confeccionado por periodistas y políticos, el así llamado “Resumen para hacedores de políticas” (Summary for Policy Makers) que toma lo que sus redactores consideran destacable (para sus propia agendas), mientras que minimiza o simplemente oculta los datos que pudieran ser contrarios a su posición pre-establecida. Y como si fuera poco, el informe final del IPCC, según las propias reglas del IPCC, ¡tiene que ajustarse a las reacciones políticas de ese resumen preliminar!.
No es para nada novedoso que las opiniones emitidas en esos reportes sean político-filosóficas y no científicas. Ya en el informe emitido en 1995, el IPCC declaraba que "toda afirmación sobre la posible detección de un cambio significativo del clima permanecerá siendo controvertida hasta que las incertidumbres en la total variabilidad natural del sistema climático se hayan reducido" y que "ningún estudio a la fecha ha establecido positivamente y atribuido todo, o parte del cambio de clima observado, a causas antropogénicas". Sin embargo, el informe final, políticamente corregido, declaraba que ¡“el balance de las evidencias sugiere una discernible influencia humana sobre el clima"!.
Pero como si no bastara la alteración política de los datos científicos, se intenta omitir o despreciar toda otra explicación del cambio climático (cualquiera que sea su significado real) a los efectos de enfatizar la única opción que están interesados en presentar al público.
Entre esas otras causas más probables y mucho más poderosas, se encuentra la influencia de la actividad solar y del mismo ambiente galáctico. Para explicar y cuantificar estos efectos no solamente hay varias teorías, sino que existen también registros físicos claros que se están publicando y que se continuarán investigando en el futuro.
Conexión del Sol con el clima en antiguos registros del Nilo
A los efectos de conocer como se comportó el clima en el pasado, los registros de largo plazo resultan esenciales. A su vez, ese conocimiento nos permitirá tener alguna idea sobre lo que podrá suceder en el futuro.
Hoy en día, podemos obtener esos datos tomando mediciones directas de las temperaturas, de la lluvia, de los vientos, de la masa de nubes, y de la emisión de radiación solar, entre otros.
Según nos informa el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL = Jet Propulsion Laboratory), estas mediciones directas sugieren que las variaciones de la actividad solar tienen influencia sobre el clima a largo plazo de la Tierra.
Lamentablemente, las mediciones directas comienzan a registrarse en un pasado muy cercano, con el desarrollo de la tecnología y del método científico. Por lo tanto, tradicionalmente los investigadores han debido utilizar métodos indirectos para obtener información sobre el tema, como por ejemplo los núcleos de hielo y las burbujas de aire antiguo encerradas en los mismos que se obtienen con perforaciones del suelo en Groenlandia y la Antártida.
Pero ahora, un grupo de científicos universitarios y de la NASA ha desarrollado un nuevo método utilizando los antiguos registros del nivel del agua del Nilo, el río más largo de nuestro planeta.
El equipo analizó los registros anuales del Nilo recogidos entre los años 622 y 1470 dC en la isla de Rawdah, en el Cairo. Luego, compararon esos registros con otros datos muy bien documentados del mismo período, los reportes del número de auroras boreales ocurridas por década en el hemisferio norte. Como las auroras deben su existencia a la masa eyectada desde la corona solar, o a continuación de las llamaradas solares, son un medio excelente para registrar las variaciones de la actividad solar. En ambos casos y para el período comprendido, los registros fueron meticulosos y precisos.
Al realizar su trabajo, los investigadores descubrieron relaciones claras entre la actividad solar y las variaciones climáticas. Los niveles de agua del Nilo y los registros de auroras presentaban dos variaciones que ocurrían regularmente en común, una con un período de unos 88 años y otra con un período de unos 200 años.
Una aurora entre nubes iluminadas por la luz de la ciudad © Jan Curtis (cliquear en la imagen para ampliarla) |
Según Ruzmaikin, como el río Nilo proporcional el drenaje para aproximadamente un 10% del continente africano, y a su vez el clima africano está relacionado con la variabilidad climática en los océanos Índico y Atlántico, su investigación ofrece un mejor conocimiento del cambio climático global.
¿Y cuál es la relación entre la variabilidad solar y el Nilo? Los autores sugieren que las variaciones en la energía ultravioleta del Sol provocan ajustes en un patrón climático conocido como Modo Anular Boreal, que afecta al clima en la atmósfera del hemisferio norte durante el invierno. A nivel del mar, este Modo se convierte en la Oscilación del Atlántico Norte, una especie de borde de sierra a gran escala que afecta la forma en que el aire circula sobre el océano Índico. A su vez, estos ajustes pueden afectar la distribución de las temperaturas del aire, que subsecuentemente tienen influencia sobre la circulación del aire y las lluvias en las fuentes del Nilo. Cuando la actividad solar es alta, las condiciones son más secas, y cuando es baja, las condiciones son más húmedas.
Las pulsaciones del Sol y la lluvia
Según Robert Baker, un científico de la Universidad de Nueva Inglaterra, existe una fuerte relación entre el pulso rítmico del campo magnético del Sol y los sistemas climáticos, particularmente en el hemisferio sur.
Las emisiones magnéticas del Sol alcanzan un pico cada 11 años, un fenómeno caracterizado por el aumento de la actividad de las manchas solares. Por otro lado, nuestra estrella central también alterna su polaridad cada 11 años, y el último cambio ocurrió en 2001.
Al confeccionar un modelo de la actividad magnética solar, el profesor Baker descubrió que las lluvias aumentaban en períodos de actividad alta, y que se producían sequías cuando el Sol se mantenía estable. Esto sugería que las fluctuaciones impactaban en la atmósfera superior, lo que a su vez se reflejaba en cambios del Índice de Oscilación Austral (SOI = Southern Oscillation Index), la medida de la presión del aire sobre el océano Pacífico que se utiliza como un indicador confiable de las sequías e inundaciones.
El Dr. Baker dijo que las sequías más intensas en el este de Australia, incluyendo a la así llamada “sequía de la Federación”, tendían a ocurrir cada 22 años, aproximadamente un año después dc que el polo sur solar cambiaba y se cargaba positivamente.
El científico sostiene que los cambios en los campos magnéticos solares pueden explicar hasta un cincuenta por ciento de las variaciones del SOI. El impacto del magnetismo solar es más evidente en el hemisferio sur y en las regiones de Australia oriental porque la variación climática resulta más impulsada por la proximidad de grandes océanos.
Según expresó, “el Sol impulsa todo el sistema”. “En términos de patrones climáticos a lo largo de un siglo o más, hay un impacto natural del Sol”.
Sus estudios indican que nuestra estrella parecería seguir un ciclo magnético a largo plazo de unos 80 años, lo que significa que sería posible predecir inundaciones y sequías para los próximos 30 años, basados en registros históricos tomados a partir de mediados de la década de 1920. El científico dijo que actualmente el SOI estaba siguiendo un patrón similar al registrado después de 1924, cuando el este de Australia disfrutó de fuertes lluvias luego de un prolongado período de sequía.
Este modelo sugiere también que podría haber un período solar más largo, de unos 500 años, que podría ayudar a explicar la variabilidad climática de los últimos siglos, incluyendo algunos períodos hasta ahora no aclarados tales como el Período Cálido Medieval (800 – 1300 dC) y la Pequeña Edad de Hielo (1650 – 1850 dC).
Cosmoclimatología: nace una nueva teoría
La luminosidad del Sol puede variar demasiado poco como para ser responsable de las grandes variaciones en el clima. Pero más de 10 años han pasado desde que Henrik Svensmark en Copenhague señaló por primera vez un mecanismo mucho más poderoso.
Observó, a partir de compilaciones de datos de satélites meteorológicos, que la nubosidad varía en relación con el número de partículas atómicas que llegan desde las estrellas que explotan. Más rayos cósmicos, más nubes. El campo magnético del Sol rechaza muchos de esos rayos cósmicos, y su intensificación durante el siglo XX significó menos rayos cósmicos, menos nubes, y un mundo más cálido. Por otro lado, la Pequeña Edad de Hielo fue fría porque un Sol perezoso dejó pasar más rayos cósmicos, haciendo que el mundo fuera más nuboso y melancólico.
El único problema con la idea de Svensmark, además de que fuera políticamente incorrecta, es que los meteorólogos negaban que los rayos cósmicos pudieran estar involucrados con la formación de nubes. Después de muchas dificultades para conseguir los fondos para un experimento, Svensmark y su equipo del Centro Espacial Nacional Danés obtuvieron en 2005 un éxito total.
En una caja de aire en un sótano, pudieron demostrar que los electrones liberados por los rayos cósmicos que atravesaban el techo unían gotitas de ácido sulfúrico y de agua. Estos son los bloques constitutivos de la condensación de nubes. Pero revista tras revista declinó publicar su informe; el descubrimiento apareció finalmente el año pasado en los Procedimientos de la Real Sociedad.
Ahora bien, las diversas investigaciones muestran que las nubes bajas cubren más de un cuarto de la Tierra y ejercen un fuerte efecto de enfriamiento en la superficie. El 2% de cambio en la cantidad de nubes bajas durante un ciclo solar variaría el ingreso de calor a la superficie de la Tierra en una cantidad casi igual a la atribuida por el IPCC al efecto de invernadero de todo el dióxido de carbono adicional introducido en la atmósfera desde la Revolución Industrial.
Las investigaciones realizadas con la utilización de varios métodos de medición concuerdan en que en el siglo XX hubo una reducción pronunciada de los rayos cósmicos, de tal modo que los flujos máximos hacia fines del siglo eran similares a los mínimos observados alrededor de 1900. Esto estaba en concordancia con el descubrimiento de que el campo magnético auroral del Sol duplicó su fuerza durante el siglo XX.
Aquí habría entonces una evidencia prima facie para sospechar que buena parte del calentamiento del mundo durante el siglo XX podría deberse a la reducción de los rayos cósmicos y, por lo tanto, a una disminución de la cubierta de nubes.
Pero la distinción entre coincidencia y acción causal ha sido siempre un problema para la ciencia de la climatología. El caso para el cambio climático antropogénico durante el siglo XX descansa principalmente en el hecho de que las concentraciones de dióxido de carbono y de otros gases de invernadero aumentaron, y en que también lo hicieron las temperaturas. Algunos intentos de demostrar que ciertos detalles del registro climático confirman el efecto invernadero (por ejemplo, Mitchel et al., 2001) han dado resultados menos que concluyentes.
Por contraste, la hipótesis de que los cambios en la nubosidad que obedecen a los rayos cósmicos ayudan a forzar cambios climáticos predice una señal distintiva que se puede observar muy fácilmente, como una excepción que prueba la regla.
La parte superior de las nubes reflejan muy buena parte de la radiación solar que incide sobre ellas y ejercen su efecto enfriador al retornarla al espacio, impidiendo que lleguen a calentar la superficie de nuestro mundo.
Sin embargo, las capas de hielo de la Antártida son cegadoramente blancas, y reflejan la luz aún más que las nubes. Allí, el exceso en la cubierta de nubes calienta esa región, mientras que su escasez la enfría. Las mediciones de satélite muestran el efecto de calentamiento de las nubes antárticas, y los meteorólogos lo confirman con sus observaciones. Groenlandia también tiene una capa de hielo, pero más pequeña y no tan blanca. Y mientras las condiciones allí son similares a la del clima general del hemisferio norte, la Antártida se encuentra aislada por vórtices en el océano y en la atmósfera.
La hipótesis de los rayos cósmicos y de la producción de nubes predice que los cambios de temperatura en la Antártida deberían de signo opuesto a los que suceden en el resto del mundo. Y esto es exactamente lo que se observa, en lo que muchos llaman “la anomalía climática de la Antártida”.
A los efectos de explicar la evidencia que muestra muchos episodios de cambio climático en direcciones opuestas en la Antártida y en Groenlandia, el efecto de la formación de nubes es por mucho la hipótesis más económica que describe esta anomalía en todas las escalas de tiempo. De hecho, la ausencia de esta anomalía sería un argumento decisivo en contra de la teoría, que entre otras cosas introduce un elemento de falsibilidad muy necesario en la ciencia climática.
Es de hacer notar que la teoría también explica las variaciones climáticas a largo plazo, en ciclos de unos 140 millones de años a lo largo de los últimos 550 millones de años de historia de nuestro planeta. Esas variaciones corresponderían también a la llegada de rayos cósmicos a la Tierra como producto de los movimientos relativos de la órbita solar en la galaxia con respecto a los brazos espirales. Esos encuentros producirían edades de hielo que coinciden con los registros terrestres.
Conclusión
Con todo esto, ¿dónde queda el impacto de los gases de invernadero, del dióxido de carbono y de la influencia del ser humano en el cambio climático? Probablemente, sus efectos finales sean mucho menores que los enunciados en el resumen del informe del IPCC, aunque nadie puede realmente estar seguro hasta que las implicaciones de la nueva teoría de las causas del cambio climático y de la influencia de los rayos cósmicos en la formación de nubes, así como la importancia de las variaciones en el magnetismo del Sol, hayan sido examinadas más a fondo.
Así funciona la ciencia.