La propuesta original
En 1908, Svante Arrhenius (1859-1927), científico sueco premio Nóbel en química, utilizó por primera vez la palabra panspermia (del griego pan = todo y spermia = semilla) para explicar la aparición de la vida sobre la Tierra. Básicamente, propuso que microorganismos (esporas) que escapaban por movimientos aleatorios de la atmósfera de planetas con vida viajaban posteriormente por el espacio impulsados por la presión de la radiación estelar, y finalmente colonizaban los planetas que tuvieran las condiciones necesarias para su desarrollo, como la Tierra.
Estudios posteriores realizados por el fisiólogo francés Paul Becquerel (1879-1955) demostraron que algunas bacterias retenían su poder germinativo luego de dos años en el vacío y bajo un frío extremo. En el curso de sus investigaciones también demostró que la radiación ultravioleta las destruía rápidamente, con lo cual asestó un golpe casi mortal a la teoría.
La propuesta alternativa
Sin embargo, la idea seguía siendo atractiva, y en la década de 1960 surgió una variante, por la cual se sugirió que los microorganismos podían viajar en el espacio protegidos dentro de cometas. El material cometario serviría como un escudo de protección contra la peligrosa radiación que permea el espacio.
Sus principales impulsores fueron los físicos Fred Hoyle (Inglaterra: 1915-2001), también famoso por su teoría cosmológica del “estado estacionario” contrapuesta al “Big Bang”, y Chandra Wickramasinghe (Sri Lanka: 1939-). Este último dice: “Mi contribución astronómica más significativa ha sido el desarrollo de la teoría de gránulos orgánicos en los cometas y en el medio interestelar. Este trabajo fue realizado en los ’70 y los ’80, ¡y es ahora aceptado por todos casi sin recordar sus orígenes! También siento que he jugado un papel en el nacimiento de la ciencia de la astrobiología”.
Esta variante de la panspermia recibió un gran impulso cuando en 1969 la nave Apolo XII trajo desde la Luna los restos de la sonda Surveyor III, que se había estrellado contra nuestro satélite dos años antes. Entre ellos se encontraron colonias de microorganismos que habían sobrevivido el viaje hasta allí y la permanencia en la superficie lunar, a pesar de las condiciones extremas de frío y vacío.
Por otro lado, en 2006, un grupo investigadores del CAB (Centro de Astrobiología en Torrejón de Ardoz, España) liderados por Elena González Toril demostró que algunos microorganismos (bacterias oxidantes del hierro) pueden crecer y sobrevivir contando como única fuente de “alimentación” la disponible en un meteorito de hierro (en realidad, este tipo de objetos está compuesto por varios metales, especialmente hierro, níquel y cobre).
Comprobando la primera fase
El primer paso de la litopanspermia sería la eyección de organismos vivos desde una superficie planetaria hacia el espacio exterior. Únicamente un impacto cósmico cataclísmico (es decir, un cometa o un meteorito gigantesco chocando con un planeta, como el de Chicxulub, por ejemplo, que podría ser el causante de la extinción de los dinosaurios) podría generar las fuerzas suficientes como para lanzar rocas hacia el espacio a una velocidad superior a la de escape.
Y ese ha sido desde el principio un problema importante para la teoría. ¿Podrían los organismos vivos sobrevivir a los efectos de esas fuerzas tremendas?
Pues bien, parecería que sí. En un informe de la revista Astrobiology, Gerda Horneck y un grupo de colaboradores describen una serie de experimentos de recuperación de choques diseñados para simular las condiciones causadas por un acontecimiento cósmico de esa categoría.
Los científicos colocaron capas de tres microorganismos (esporas bacteriales, cianobacterias endolíticas y líquenes epilíticos) entre discos de gabbro (una roca basáltica análoga a las marcianas), y luego las sometieron a presiones de impacto similares a las que habrían sido necesarias para su expulsión desde Marte. De esa forma, pudieron determinar la capacidad de supervivencia de los microorganismos.
Según los autores del informe, los organismos estudiados se muestran como “autostopistas potenciales dentro de rocas eyectadas por impacto”, y son claros ejemplos de que los microbios pueden superar condiciones ambientales de extrema tensión.
En el capítulo 4 del informe, “Discusión”, escriben los científicos: “En este estudio hemos enfrentado la siguiente cuestión: ¿pueden los organismos endolíticos sobrevivir las severas condiciones de un impacto meteorítico y el evento de eyección, por ejemplo, desde la superficie de Marte o de otro hipotético planeta habitado de masa comparable?”.
Y responden a esa pregunta en el capítulo 5, “Conclusiones”: “Nuestros resultados aumentan el número de organismos potenciales que podrían ser capaces de sembrar una superficie planetaria después de eventos “tempranos” de impacto muy grandes y sugieren que un escenario como ese podría ser posible con diversos organismos”.
Vida en el universo
La teoría de la panspermia no resuelve el problema del origen abiótico de la vida, y no pretende hacerlo, al menos en su versión moderna.
La presencia de compuestos orgánicos en el espacio, cercano y lejano, en sistemas solares o en las vastedades interestelares, indica que en todas partes existen “ladrillos vitales” que pueden combinarse, dadas las condiciones necesarias, para el surgimiento de la vida.
Pero la teoría nos indica que esa vida, una vez iniciada, puede trasladarse de planeta en planeta, generando tal vez una base biológica común para todo un sistema estelar… o incluso para porciones más o menos cercanas de una galaxia.
Claro que solamente podremos comprobarlo empíricamente cuando, en un futuro más o menos cercano, analicemos las características de una forma de vida extraterrestre… un estudio que seguramente haremos algún día.