La historia nos demuestra que, antes como ahora, la devoción religiosa puede provocar crímenes horribles. |
La religiosidad no implica necesariamente sensibilidad, humanismo o amor por el prójimo, en ninguna época y para ninguna de las religiones, sin que importe para ello la devoción o la sinceridad del creyente.
Los ejemplos de fanatismo a gran escala, de grupos o de sociedades enteras, son muchos y muy conocidos. El cristianismo, por ejemplo, tuvo los suyos, como la inquisición, la caza de brujas o las cruzadas. Hoy en día en occidente sufrimos el embate del radicalismo islamita y, en general, así es como los vemos: grupos organizados o estados guiados por una concepción religiosa que no aceptan la pluralidad de ideas y comportamientos.
Pero también tenemos los ejemplos a nivel particular, de personas que conscientemente causan daño o perjuicios a los demás, imbuidos de su propia concepción religiosa. Algunos de esos comportamientos son bastante conocidos: por ejemplo el asesinato de hijas, hermanas o esposas por adulterio, o arrancar a hijos de brazos de sus madres invocando la misma causa (aunque en religiones diferentes).
Existen además otros crímenes que no por menos conocidas son menos aberrantes, y que tienen por causa los principios religiosos ortodoxos de los perpetradores. Ejemplos son el permitir o aún impulsar la pobreza, la enfermedad y el dolor para ayudar a la salvación del alma del necesitado (incluso religiosos de fama han sido culpables de esto, aunque se han sabido esconder bajo un ropaje de bondad y santidad), o el de flagelar sin piedad a los supuestos pecadores.
Hay, sin embargo, un comportamiento tan desconocido como sorprendente que trae a nuestra consideración un nuevo libro, “A Lutheran Plague – Murdering to Die in the Eighteenth Century” (Una plaga luterana: matando para morir en el siglo dieciocho), escrito por investigador danés Tyge Krogh y que nos introduce en un aspecto hasta ahora no tenido en cuenta en la historia de Dinamarca.
Asesinos salvados por la fe en dios
En la Dinamarca luterana del siglo XVIII se consideraba todavía que el dios cristiano demandaba la pena de muerte por un asesinato y además, como sigue sucediendo ahora, la religión afirmaba que en ese momento final, justo antes de la ejecución, el arrepentimiento de los pecados y de confirmación de la fe en dios permitía que el alma recibiera la redención y viviera para siempre en el cielo. No importaba entonces lo espantoso del crimen cometido; la salvación era segura.
Los ejemplos de fanatismo a gran escala, de grupos o de sociedades enteras, son muchos y muy conocidos. El cristianismo, por ejemplo, tuvo los suyos, como la inquisición, la caza de brujas o las cruzadas. Hoy en día en occidente sufrimos el embate del radicalismo islamita y, en general, así es como los vemos: grupos organizados o estados guiados por una concepción religiosa que no aceptan la pluralidad de ideas y comportamientos.
Pero también tenemos los ejemplos a nivel particular, de personas que conscientemente causan daño o perjuicios a los demás, imbuidos de su propia concepción religiosa. Algunos de esos comportamientos son bastante conocidos: por ejemplo el asesinato de hijas, hermanas o esposas por adulterio, o arrancar a hijos de brazos de sus madres invocando la misma causa (aunque en religiones diferentes).
Existen además otros crímenes que no por menos conocidas son menos aberrantes, y que tienen por causa los principios religiosos ortodoxos de los perpetradores. Ejemplos son el permitir o aún impulsar la pobreza, la enfermedad y el dolor para ayudar a la salvación del alma del necesitado (incluso religiosos de fama han sido culpables de esto, aunque se han sabido esconder bajo un ropaje de bondad y santidad), o el de flagelar sin piedad a los supuestos pecadores.
Hay, sin embargo, un comportamiento tan desconocido como sorprendente que trae a nuestra consideración un nuevo libro, “A Lutheran Plague – Murdering to Die in the Eighteenth Century” (Una plaga luterana: matando para morir en el siglo dieciocho), escrito por investigador danés Tyge Krogh y que nos introduce en un aspecto hasta ahora no tenido en cuenta en la historia de Dinamarca.
Asesinos salvados por la fe en dios
En la Dinamarca luterana del siglo XVIII se consideraba todavía que el dios cristiano demandaba la pena de muerte por un asesinato y además, como sigue sucediendo ahora, la religión afirmaba que en ese momento final, justo antes de la ejecución, el arrepentimiento de los pecados y de confirmación de la fe en dios permitía que el alma recibiera la redención y viviera para siempre en el cielo. No importaba entonces lo espantoso del crimen cometido; la salvación era segura.
Dinamarca siglo XVIII: El asesino condenado era exhibido sobre una rueda. El grabado muestra a uno de ellos todavía vivo y a otros dos que ya han sido decapitados. © Copenhague 1727, Royal Library |
Sin embargo, había un pecado máximo, tan terrible que está más allá de cualquier posibilidad de perdón: el suicidio. Era verdad evidente que el alma de un suicida sería condenada por toda la eternidad al dolor y espanto de los infiernos, sin posibilidad alguna de perdón.
Fue así que, en las mentes retorcidas de los suicidas creyentes de la época, surgió la idea de que antes que recibir la condena divina por auto-eliminarse era preferible ser condenado a muerte por el asesinato de cualquier persona escogida al azar, incluso de un niño, pero salvando así su alma inefable.
¿Un luteranismo exacerbado?
Lamentablemente, el ejemplo de Dinamarca no fue único. Una ola de asesinatos por suicidio se extendió por toda la Europa evangélica luterana.
El caso es que la reforma de Lutero entendía muy literalmente las leyes del Pentateuco, que prescribían la pena de muerte por el crimen de asesinato, y para las piadosas autoridades danesas, las leyes de dios debían cumplirse a rajatabla.
Y fue así que el camino a seguir por los piadosos suicidas quedó atractivamente claro.
Los castigos más duros de la historia danesa
Después de muchos años de esta verdadera locura de suicidas asesinos, los jueces daneses comenzaron a ver que había algo que no funcionaba bien, y que el código criminal estaba en realidad provocando el asesinato de gente inocente.
La solución que se les ocurrió fue la introducción de las penas de muerte más horribles de la historia de Dinamarca, según explica el investigador autor del libro.
Las cortes civiles sentenciaban a los suicidas asesinos a ser pellizcados cinco veces con tenazas al rojo vivo en su camino desde la prisión hasta el cadalso. Luego, sus manos eran seccionadas, seguidas por su cabeza. Después, el cadáver era exhibido sobre una gran rueda como advertencia para otros.
En el caso de los militares suicidas asesinos, las penas eran incluso más duras. Las cortes militares los condenaban a latigazos una vez por semana durante las nueve semanas anteriores a la ejecución. Cuando llegaba el día, el verdugo utilizaba una gran rueda de carro para aplastar cuantos huesos fuera posible en el cuerpo del soldado, y luego lo ataba a la rueda para dejarlo morir allí a causa de las heridas sufridas.
Fue así que, en las mentes retorcidas de los suicidas creyentes de la época, surgió la idea de que antes que recibir la condena divina por auto-eliminarse era preferible ser condenado a muerte por el asesinato de cualquier persona escogida al azar, incluso de un niño, pero salvando así su alma inefable.
¿Un luteranismo exacerbado?
Lamentablemente, el ejemplo de Dinamarca no fue único. Una ola de asesinatos por suicidio se extendió por toda la Europa evangélica luterana.
El caso es que la reforma de Lutero entendía muy literalmente las leyes del Pentateuco, que prescribían la pena de muerte por el crimen de asesinato, y para las piadosas autoridades danesas, las leyes de dios debían cumplirse a rajatabla.
Y fue así que el camino a seguir por los piadosos suicidas quedó atractivamente claro.
Los castigos más duros de la historia danesa
Después de muchos años de esta verdadera locura de suicidas asesinos, los jueces daneses comenzaron a ver que había algo que no funcionaba bien, y que el código criminal estaba en realidad provocando el asesinato de gente inocente.
La solución que se les ocurrió fue la introducción de las penas de muerte más horribles de la historia de Dinamarca, según explica el investigador autor del libro.
Las cortes civiles sentenciaban a los suicidas asesinos a ser pellizcados cinco veces con tenazas al rojo vivo en su camino desde la prisión hasta el cadalso. Luego, sus manos eran seccionadas, seguidas por su cabeza. Después, el cadáver era exhibido sobre una gran rueda como advertencia para otros.
En el caso de los militares suicidas asesinos, las penas eran incluso más duras. Las cortes militares los condenaban a latigazos una vez por semana durante las nueve semanas anteriores a la ejecución. Cuando llegaba el día, el verdugo utilizaba una gran rueda de carro para aplastar cuantos huesos fuera posible en el cuerpo del soldado, y luego lo ataba a la rueda para dejarlo morir allí a causa de las heridas sufridas.
Pero estas durísimas penas no sirvieron de mucho. Las canciones populares describían como los asesinos se regocijaban ante la idea de ser ejecutados y esperaban ir al cielo para ubicarse frente al trono de dios vistiendo sus túnicas blancas. De hecho, creían que cuanto mayores fueran los tormentos sufridos en la ejecución, más cerca se estaba de conseguir un lugar en los cielos.
La abolición de la pena capital en Dinamarca
Viendo que las penas de muerte no solucionaban el problema, se sugirió que quizás la abolición de la pena de muerte quizás sí lo lograría.
Pero esta idea chocó de lleno contra lo que los países luteranos habían impuesto durante más de 200 años basándose en la ley de dios. Como resultado, la propuesta fue rechazada inicialmente por los teólogos, los abogados y los propios gobiernos.
Así, el número de suicidas asesinos siguió creciendo hasta que en 1767 la pena de muerte fue finalmente abolida. En lugar de ella, estos criminales fueron condenados a latigazos una vez al año y se les obligó a las tareas más duras y degradantes de la prisión. Así se logró poner punto final al horror de los suicidas asesinos.
Krogh nos dice que así fue como Dinamarca llegó a ser pionera en la abolición de la pena de muerte, pero que sin embargo el pueblo no estaba muy orgulloso de ello. Esta decisión implicaba una gran violación de la concepción religiosa del sistema criminal.
Gradualmente otros países comenzaron a seguir su ejemplo.
El suicidio por asesinato en la actualidad
Se podría pensar que el problema de esta clase de criminales era cosa de un pasado distante, pero lamentablemente incluso ahora estos crímenes espantosos siguen produciéndose hoy en día en países que comparten la pena de muerte.
Krogh nos dice que esta clase de homicidios también ocurre en esta época en los EE.UU., y que hay investigaciones que indican que algunos asesinos cometieron sus crímenes con el único propósito de ser ejecutados.
“Los suicidios por asesinato en los EE.UU. no están ni cerca de ser tan frecuentes como los del siglo XVIII”, agrega. “Pero demuestran que este tipo de crímenes son un sub-producto de la pena de muerte. Siempre habrá gente que se sienta atraída por el pensamiento de ser ejecutada, y ese es un punto importante para introducirlo en el debate sobre la pena capital”.
Algunos números
Krogh ha estudiado escritos legales, textos teológicos, canciones folclóricas y transcripciones judiciales que tratan sobre este tema en Copenhague. Agrando datos conseguidos en otras partes de la Europa septentrional luterana ha compilado algunas estadísticas. Por ejemplo, en el siglo XVIII los suicidios por asesinato causaron, en promedio, las siguientes muertes:
- 1,5 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Copenhague.
- 0,6 a 0,8 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Estocolmo.
- 0,4 a 0,5 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Hamburgo.
- 0,6 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Nuremberg.
La abolición de la pena capital en Dinamarca
Viendo que las penas de muerte no solucionaban el problema, se sugirió que quizás la abolición de la pena de muerte quizás sí lo lograría.
Pero esta idea chocó de lleno contra lo que los países luteranos habían impuesto durante más de 200 años basándose en la ley de dios. Como resultado, la propuesta fue rechazada inicialmente por los teólogos, los abogados y los propios gobiernos.
Así, el número de suicidas asesinos siguió creciendo hasta que en 1767 la pena de muerte fue finalmente abolida. En lugar de ella, estos criminales fueron condenados a latigazos una vez al año y se les obligó a las tareas más duras y degradantes de la prisión. Así se logró poner punto final al horror de los suicidas asesinos.
Krogh nos dice que así fue como Dinamarca llegó a ser pionera en la abolición de la pena de muerte, pero que sin embargo el pueblo no estaba muy orgulloso de ello. Esta decisión implicaba una gran violación de la concepción religiosa del sistema criminal.
Gradualmente otros países comenzaron a seguir su ejemplo.
El suicidio por asesinato en la actualidad
Se podría pensar que el problema de esta clase de criminales era cosa de un pasado distante, pero lamentablemente incluso ahora estos crímenes espantosos siguen produciéndose hoy en día en países que comparten la pena de muerte.
Krogh nos dice que esta clase de homicidios también ocurre en esta época en los EE.UU., y que hay investigaciones que indican que algunos asesinos cometieron sus crímenes con el único propósito de ser ejecutados.
“Los suicidios por asesinato en los EE.UU. no están ni cerca de ser tan frecuentes como los del siglo XVIII”, agrega. “Pero demuestran que este tipo de crímenes son un sub-producto de la pena de muerte. Siempre habrá gente que se sienta atraída por el pensamiento de ser ejecutada, y ese es un punto importante para introducirlo en el debate sobre la pena capital”.
Algunos números
Krogh ha estudiado escritos legales, textos teológicos, canciones folclóricas y transcripciones judiciales que tratan sobre este tema en Copenhague. Agrando datos conseguidos en otras partes de la Europa septentrional luterana ha compilado algunas estadísticas. Por ejemplo, en el siglo XVIII los suicidios por asesinato causaron, en promedio, las siguientes muertes:
- 1,5 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Copenhague.
- 0,6 a 0,8 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Estocolmo.
- 0,4 a 0,5 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Hamburgo.
- 0,6 víctimas por cada 100 000 ciudadanos en Nuremberg.
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Fuente utilizada:
- Past Horizons
1 comentario:
Curioso. Y sugerente.
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