sábado, febrero 23, 2013

Cuatro palabras sobre el meteorito ruso de 2013

¿Qué ocurrió en Chelyabinsk, Siberia, el 15 de febrero de 2013?

El evento Chelyabinsk

En la mañana del 15 de febrero de 2013 los cielos de la región de Chelyabinsk, en la Siberia rusa, se iluminaron de pronto. Una estela de luz cortó las alturas y el estruendo de una enorme explosión sacudió a toda esta zona, a unos 1500 km al este de Moscú; la onda expansiva llegó incluso al vecino país de Kazajistán.

El_meteorito_de_Chelyabinsk
La estela del meteorito de Chelyabinsk.
© Naukas

La capital de la región, Chelyabinsk, una ciudad de algo más de un millón de habitantes, sufrió la rotura de miles de cristales y hasta la caída de algunos muros e instalaciones. También fueron afectadas al menos otras seis ciudades de la zona, aunque en menor grado, y los heridos superaron el millar. Hasta el momento no se han reportado fallecidos.


Casualmente, en la misma Siberia pero en 1908 y a unos 1500 al este de Chelyabinsk, en la región del Tunguska, también ingresó otro objeto espacial (probablemente un cometa) que estalló en las alturas. Ese conglomerado de “hielo sucio” (eso es básicamente un cometa) era más grande que la roca de 2013, quizás de unos 80 metros al menos, y su estallido fue notablemente más potente.

Chelyabinsk
La región de Chelyabinsk, en Siberia. La línea roja muestra la senda recorrida por el meteorito antes de estallar. También se puede ver más hacia el este (a la derecha de la imagen) la región del Tunguska, donde ocurrió en 1908 un evento similar.
© ispace.com

Una extensión de unos 2000 km2 de taigá resultó arrasada. Los árboles fueron simplemente derribados de un plumazo, y quedaron tirados en el suelo, con los troncos indicando la dirección desde el centro de la explosión. En Tunguska la explosión fue de unos 30 megatones (30 millones de toneladas de TNT), es decir unas sesenta veces más poderosa que la Chelyabinsk.

La causa

Una roca espacial de unos 17 metros de diámetro y de aproximadamente 10 000 toneladas de peso ingresó sorpresivamente en la atmósfera de nuestro planeta, en una dirección aproximada este-oeste.

Al penetrar en ella comprimió el aire que iba encontrando a su frente, hasta hacerlo llegar a la incandescencia (provocando así una estela luminosa, fenómeno denominado “meteoro”). Tras 32,5 segundos de vuelo, y viajando todavía a más de 64 000 km/hora, la roca se desintegró en una gran explosión con una energía equivalente a 500 kilotones (500 000 toneladas de TNT) o sea unas 30 bombas atómicas como la que estalló en Hiroshima (es decir que fue unas 30 veces menor que la explosión del Tunguska). Por cierto, es necesario aclarar que esta comparación se hace con respecto a la potencia del estallido, pero que la misma no produjo residuos radiactivos: no fue ni tuvo nada que ver con una explosión atómica, pese a las tonterías que a veces se leen por ahí.

En el momento de la explosión, el objeto todavía se encontraba bastante lejos de la superficie (tal vez a una altura de 20~30 kilómetros) y como la entrada había sido bastante sesgada (no perpendicular a la superficie terrestre) la onda se dispersó bastante, sin focalizarse en un punto pequeño, lo que minimizó el daño.

El_evento_del_Tunguska
Así quedó la taigá de Tunguska, después del estallido de 1908. La fotografía fue tomada 19 años después de la catástrofe.
© naukas

La explosión de Chelyabinsk es la segunda más grande que se ha registrado en la historia conocida, siendo superada únicamente por la ya mencionada del Tunguska.

Sin embargo, eso no implica que no haya habido otros encuentros con objetos provenientes del espacio en tiempos más o menos recientes. Simplemente, es posible que algún evento hubiera ocurrido sobre el mar (que al fin y al cabo cubre el 75% de la superficie de nuestro planeta, o incluso que ocurriera en alguna de las vastas extensiones desérticas de tierra firme. Algunas estimaciones científicas nos dicen que un suceso por el estilo puede darse cada 100 años, más o menos.

En escalas mayores de tiempo, sí sabemos que ha habido impactos más potentes. Hace unos 50 000 años, por ejemplo, una roca de tal vez 46 metros de diámetro golpeó contra el terreno de lo que hoy es Arizona, dejando allí como prueba un famoso cráter de 1,2 km de diámetro. Y hace 65 millones de años otra roca muchísimo más grande, quizás de unos 10 km de diámetro, se estrelló en lo que hoy es la región de Yucatán, dejando como huella el ya famosísimo cráter de Chicxulub a la vez que provocaba, muy probablemente, el fin del reinado de 140 millones de años de los dinosaurios que dejaría paso libre al actual reinado de los mamíferos... y a nosotros.

Esos molestos pedruscos espaciales

Pero, ¿qué son esos objetos que nos amenazan desde el cosmos? Dependiendo de su conformación, tamaño, procedencia y comportamiento al llegar a nuestro planeta, reciben diferentes nombres. Quienes deseen profundizar más sobre sus características particulares, podrán visitar las páginas de Wikipedia, por ejemplo. Aquí, bastará con una simple imagen para ofreceros una idea muy básica sobre el asunto:

Rocas espaciales
Diferentes tipos de rocas espaciales que pueden chocar contra nuestro planeta.
© New York Times/Tim Lillis

Una aclaración más: cuando la estela de luz (meteoro) alcanza una luminosidad igual o mayor a la del planeta Venus, se la denomina “bólido”. En el caso del evento Chelyabinsk esa luminosidad fue muy alta, y podríamos llamarla “súper-bólido”.

¿Por qué no recibimos ningún aviso de su llegada?

Pocas horas después del evento Chelyabinsk, otro asteroide de mayor tamaño (llamado 2012 DA14 y con unos 50 mt de diámetro) pasó muy cerca de nuestro planeta, a poco más de 28 000 km de distancia. Parece una distancia bastante grande, pero sin embargo es menor a la órbita de varios de nuestros satélites geoestacionarios científicos y de comunicaciones.

Sin embargo, este objeto había sido detectado con bastante anticipación y conocíamos perfectamente su trayectoria, cosa que no sucedió con el meteorito ruso. ¿Por qué?

Nuestro sistema de defensa planetaria consta principalmente de telescopios en tierra, la mayoría de ellos enclavados en el hemisferio norte. A esos se agregan los observatorios aficionados, y uno de ellos fue precisamente el que descubrió a 2012 DA14. Estos “cazadores de meteoritos”, tanto profesionales como aficionados están bastante limitados por diversos parámetros, como ser el tamaño de los telescopios utilizados, los instrumentos con los que se cuenta y la dirección hacia la que pueden enfocar sus observaciones. Por ejemplo, no pueden ser dirigidas hacia las cercanías del sol.

El tamaño en sí de los objetos a detectar es, por supuesto, fundamental. El tamaño mínimo crítico se encuentra alrededor de los 40 mt de diámetro. Por debajo de eso son muy difíciles de ver. Por otra parte, la distancia es otro parámetro importantísimo. Cuanto más lejos esté, más tiempo tendremos para calcular su trayectoria con precisión y para tomar las medidas que estén a nuestro alcance, en caso de peligro de colisión.

Una posibilidad propuesta para mejorar notablemente las condiciones de detección sería la de colocar un telescopio infrarrojo en una órbita similar a la de Venus. En la siguiente imagen podremos ver tanto las condiciones actuales como las que tendríamos con esa eventual misión espacial:

regiones_observables_para_la_caza_de_meteoritos
Región de búsqueda actual de objetos potencialmente peligrosos desde la Tierra (zona color salmón claro) y la propuesta con el observatorio infrarrojo (color naranja).
©
El programa actual de localización de NEOs (Near Earth Objects = Objetos Cercanos a la Tierra) ha localizado a la mayoría de los objetos espaciales de más de 100 metros, y monitorea continuamente a los que muestran trayectorias que podrían indicar la posibilidad de colisión con nuestro planeta.

Sin embargo, y tal como lo muestra la imagen anterior, la búsqueda debe realizarse hacia la región opuesta a la del sol, es decir, hacia la zona exterior a la órbita terrestre. Un observatorio infrarrojo en la órbita de Venus podría avisarnos de objetos peligrosos dentro de la órbita de nuestro planeta.

El meteorito de Chelyabinsk venía precisamente de esa región, y por eso su trayectoria en la atmósfera fue de este a oeste. Con los medios con los que contamos actualmente, era imposible que lo pudiéramos detectar con antelación. Lamentablemente, no se cuenta (por el momento ni en el futuro cercano) con los fondos suficientes como para emprender esa misión, y tampoco hay mucho dinero para mejorar las condiciones de los observatorios en tierra.

¿Cómo podemos protegernos contra estos peligrosos visitantes espaciales?

Por ahora, la defensa más importante que tenemos es la observación y detección temprana. Cuanto más lejos estén en el momento de detectarlos, más tiempo tendremos para tomar medidas de protección, especialmente si conocemos su trayectoria con precisión.

Meteorito
En el caso de objetos menores como el de Chelyabinsk, algunas horas de pre-aviso podrían habernos permitido poner en alerta a los habitantes de la posible región de impacto, indicándoles que se alejaran de las ventanas y de las estructuras más débiles que podrían ser afectadas por el estallido sónico. Con eso, nada más, se habría evitado casi la totalidad de las lesiones personales sufridas.

En caso de objetos mayores, y con más tiempo, hasta podría aconsejarse (y llevar a cabo) la evacuación de las regiones que pudieran ser posiblemente afectadas. Lamentablemente, todavía no contamos con ninguna técnica ni protocolo para enfrentarnos a esa amenaza, a pesar de lo que nos cuentan desde Hollywood.

Hay que tener en cuenta que estos objetos espaciales no son, ni siquiera los más grandes, totalmente compactos, sino que en general son simplemente un conglomerado de rocas y/o hielo unidos por la gravedad. Las diferentes proporciones entre estos componentes, así como la composición de las rocas y la presencia o no de metales, son las que diferencian a los varios tipos de objetos espaciales que conocemos.

Una explosión atómica en su superficie, por ejemplo, probablemente lo único que haría sería separar un poco esas partes, las que luego se unirían nuevamente por la atracción gravitatoria, o quizás (en un escenario aún peor) podríamos tener dos o tres conglomerados un poco más pequeños pero que extenderían el área donde causar daños.

Ideas y propuestas hay muchas, eso sí, pero se necesita dinero y decisión política para analizarlos y llevarlos a cabo, y por el momento no hay nada de eso, por increíble que parezca.

Una consideración final

El problema es que la duda reside no en si un acontecimiento catastrófico de este tipo pueda suceder o no, sino en cuándo ocurrirá. Se calcula que un objeto del tamaño del bólido de Tunguska puede chocar contra la Tierra una vez cada 100 años. Sobre tierra firme y en una región poblada sería una verdadera catástrofe; un estallido sobre el mar causaría seguramente poco daño, a menos que un impacto directo generara algún tipo de tsunami). Los bólidos como el de Chelyabinsk podrían ser más comunes, aunque hasta ahora hemos tenido suerte y este es el primero en tiempos recientes sobre el que hemos tenido datos fehacientes.

La NASA, el principal organismo espacial a nivel mundial, tiene su programa de defensa espacial, pero apenas cuenta para él con un presupuesto de menos de seis millones de dólares (digamos unos cinco millones de euros) al año. Otras agencias espaciales y los esfuerzos de los aficionados se unen al trabajo, pero no hay ninguna inversión real.

En cambio, dilapida miles de millones de euros al año en “combatir” el fraude del calentamiento global antropogénico (también llamado “calentamiento global” o “cambio climático”, según convenga en el momento). Por supuesto, prefieren no llamar la atención sobre los datos que nos dicen que ya hace 16 años que las temperaturas globales no aumentan, y que incluso durante los últimos doce años han descendido un poco, pese a que los niveles de dióxido de carbono han continuado aumentando sin cesar (ver artículo en este blog).

Por si fuera poco, en un país en crisis como España, por ejemplo, en 2012 se han derrochado 6600 millones de euros en subvenciones a las energías renovables, que además de ser inútiles, no confiables e innecesarias, para lo único que han servido es para llenar los bolsillos de inversores sin escrúpulos y de los políticos corruptos que los apoyan y protegen, mientras que para afrontar esos gastos hacen que nuestra tarifa eléctrica se encarezca en más de un 30% y que nuestras industrias pierdan competitividad (con la consiguiente pérdida de empleos (ver nota de El País).

Mientras tanto, los problemas reales de todos los días se dejan de lado, la pobreza aumenta, y nadie se preocupa de este peligro que nos acecha desde el espacio y que quizás sea el mayor de todos los que enfrentaremos en el futuro. La amenaza está allí, sobre nuestras cabezas, y no estamos haciendo casi nada para protegernos.

¿Creen ustedes que esto tiene algún sentido? Yo, sinceramente, pienso que no.

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”dinosaurio_muriendo_TheResilientEarth”


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Fuentes utilizadas:
- The Russian Meteorite
- ¿Estamos indefensos ante los asteroides?
- A Problem That is Bigger Than Global Warming

3 comentarios:

Hebert Pistón Rodríguez dijo...

Buen trabado de difusión.

Blanca Miosi dijo...

Excelente y minucioso artículo, Heber. Ahora lo tengo todo más claro. Incluso lo del "calentamiento global" que no es tal.

Muchas gracias.

Newton dijo...

¡¡Cuántas cosas se nos ocultan!!
Y las vemos tan normales que pasan desapercibidas...
No dejes de leerme en http://proximacentauri2012.blogspot.com.es/
Hasta que nos leamos