Definitivamente, el CO2 no es un contaminante ni un peligro para nuestro planeta, sino todo lo contrario.
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A lo largo de los últimos tres decenios, más o menos, una poderosa corriente ideológica ha ocupado posiciones de influencia política y comunicacional en nuestra sociedad, difundiendo el alarmismo climático para la consecución de su propia agenda filosófica. Una de las falsedades que ha utilizado ha sido la criminalización de la sociedad tecnológica por las emisiones de un gas incoloro, inodoro e insaboro que en realidad es absolutamente imprescindible para la vida tal como la conocemos.
El artículo que traduzco a continuación, escrito por Paul Driessen y publicado aquí, nos ofrece una visión realista, clara y científica del valor vital de este gas, desmontando el engaño al que se nos ha sometido durante largo tiempo.
El artículo que traduzco a continuación, escrito por Paul Driessen y publicado aquí, nos ofrece una visión realista, clara y científica del valor vital de este gas, desmontando el engaño al que se nos ha sometido durante largo tiempo.
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Resulta asombroso que unas minúsculas bacterias puedan causar enfermedades e infecciones que amenacen la vida, y que milagrosamente unas diminutas dosis de vacunas y antibiótico puedan protegernos contra esos peligros letales.
Es igualmente increíble que, a nivel planetario, el dióxido de carbono sea una molécula milagrosa para las plantas, y el “gas de la vida” para la mayoría de las criaturas de la Tierra.
En unidades de volumen, la concentración de CO2 se representa típicamente como 400 partes por millón (400 ppm). Traducido, eso equivale a apenas un 0,04% de la atmósfera de la Tierra, el equivalente a 40 céntimos en mil euros, o 22 cm2 en un campo de fútbol. Incluso el argón atmosférico es 23 veces más abundante: 9 300 ppm.
Elimínese el dióxido de carbono, y las plantas terrestres morirán, así como el fitoplancton de los lagos y océanos, las hierbas, las algas, y otras plantas acuáticas. Después de eso, la vida animal y humana desaparecerían. Incluso si se redujeran demasiado los niveles de CO2, hasta los niveles pre-industriales, por ejemplo, el hecho tendría consecuencias terribles.
A lo largo de los dos últimos siglos, nuestro planeta comenzó finalmente a emerger de la Pequeña Edad de Hielo que había enfriado la Tierra y que expulsó de Groenlandia a los colonos vikingos.
Al calentarse, los océanos liberaron lentamente algo del dióxido de carbono almacenado en sus aguas. Las fábricas de la Revolución Industrial y las crecientes poblaciones humanas quemaron más madera y combustibles fósiles, hornearon más pan y produjeron más cerveza, agregando aún más CO2 a la atmósfera. Muchas más de estas milagrosas moléculas surgieron de los volcanes y de las ventilas sub-acuáticas, de los incendios forestales y del uso de biocombustibles, de las plantas y animales en descomposición, y de la respiración de animales y humanos.
¡Y qué diferencia esas 120 ppm extra ha significado para las plantas, y para los animales y humanos que dependen de ellas! Cuanto más dióxido de carbono hay en la atmósfera, más es absorbido por las plantas de todos los tipos, y estas crecen más rápido y mejor, incluso bajo condiciones adversas como poca agua, temperaturas muy altas o infecciones de insectos, malas hierbas y otras pestes.
A medida que los árboles, las hierbas, las algas y los cultivos crecen más rápidamente y más saludables y robustos, los animales y los humanos disfrutan de una mejor nutrición en un planeta que cada vez es más y más verde.
Los esfuerzos para dar de comer a siete mil millones de personas y mejorar la nutrición para más de mil millones que están mal alimentados están aumentando continuamente la tensión entre nuestra necesidad de tierras de cultivo y la necesidad de mantener tierras en su estado natural para sostener a plantas y animales salvajes.
La medida en que seamos capaces de aumentan la producción de nuestros cultivos contando con la mismo o incluso menor cantidad de hectáreas puede significar la diferencia entre la suficiente alimentación mundial y la hambruna rampante en las próximas décadas, y entre la supervivencia o extinción de muchas especies animales y vegetales.
Los modernos métodos de agricultura aumentaron grande y continuamente nuestras cosechas por hectárea desde 1930 hasta la actualidad. Esto es especialmente importante si continuamos desviando millones de hectáreas de granjas a de tierras de cultivo y convertimos millones de hectáreas de selvas y otros hábitats salvajes en tierras de cultivo para la producción de biocombustibles para remplazar a los combustibles fósiles que tenemos en abundancia. El dióxido de carbono jugará un papel vital en estos esfuerzos.
La elevación de niveles de CO2 en los invernaderos mejora tremendamente el crecimiento de las plantas, especialmente cuando también se elevan las temperaturas: el aumento de los niveles atmosféricos de dióxido de carbono han tenido asimismo enormes impactos positivos en el crecimiento y supervivencia de plantas al aire libre.
Las lentejas y otras legumbres criadas en invernaderos con 700 ppm de CO2 han aumentado su biomasa total en un 91%, sus partes comestibles en un 150% y su capacidad de producción en un 67% cuando se las compara con cultivos similares a 370 ppm de dióxido de carbono, según han descubierto investigadores de la India.
El arroz cultivado con 600 ppm de CO2 aumentó su producción de grano en un 28% con pequeñas aplicaciones de fertilizantes nitrogenados, según cálculos chinos. Investigadores de los EE.UU. Descubrieron que la caña de azúcar cultivada en invernaderos solares con 720 ppm de CO2 y temperaturas 6ºC mayores que en el ambiente exterior produjeron jugos de tallos con un asombroso 124% de aumento en volumen que la caña de azúcar cultivada al aire libre y con 360 ppm de CO2. Otros cultivos como el algodón también se comportan mucho mejor cuando los niveles de dióxido de carbono son más altos.
Asimismo, las investigaciones sobre el crecimiento de los bosques naturales y de los cultivos durante los recientes períodos de aumento de los niveles de dióxido de carbono entre 1900 y 2010 hallaron mejoras significativas en condiciones de “mundo real”.
Un análisis de pinos escoceses en Cataluña, España, mostró que el diámetro y el área seccional se expandieron en un 84% entre 1900 y 2000, en respuesta a los niveles en aumento de CO2. El crecimiento de árboles jóvenes de Wisconsin se incrementó en un 60%, y el ancho de los anillos creció en casi un 53% a medida que las concentraciones de dióxido de carbono atmosférico aumentaron de 316 ppm en 1958 hasta 376 ppm en 2003, según los cálculos de los investigadores.
Científicos de la Universidad de Minnesota compararon el crecimiento de árboles y de otras plantas durante la primera mitad del siglo XX (lo que incluye los años terribles del Dust Bowl [cuenco de polvo] cuando los niveles de CO2 aumentaron apenas en 10 ppm) hasta el período 1950-2000, cuando el CO2 se incrementó en 57 ppm. Descubrieron que el dióxido de carbono disminuyó la sensibilidad de las plantas a la sequía severa e incrementó sus porcentajes de supervivencia en casi un 50%. Investigadores suizos llegaron a la conclusión de que, a causa de los niveles en aumento de dióxido de carbono, “la vida vegetal alpina está proliferando, la biodiversidad va en aumento y el mundo de la montaña parece más productivo y atractivo que nunca”.
Otros investigadores utilizaron datos históricos (del mundo real) sobre el uso de la tierra, concentración atmosférica de CO2, depositación de nitrógeno, fertilización, niveles de ozono, lluvias y clima, para desarrollar un modelo de computadora que simula la respuesta de crecimiento vegetal para los hábitats del sur de los EE.UU. Desde 1895 hasta 2007. Determinaron que la “productividad primaria neta” mejoró en promedio un 27% durante este período de 112 años, con la mayor parte del aumento de crecimiento ocurrido después de 1950, cuando los niveles de CO2 se elevaron mayormente, desde las 310 ppm en 1950 hasta las 395 ppm en 2007.
¿Cómo sucedió todo esto? Las plantas utilizan energía solar para convertir el dióxido de carbono del aire y el agua y los minerales del suelo en carbohidratos y otras moléculas que forman la biomasa vegetal. Más CO2 significa más flores más grandes, mayor masa de semillas y éxito de germinación, además de una mejora en la resistencia de las plantas a las sequías, enfermedades, virus, infecciones patógenas, contaminantes aéreos y acumulación de sales o nitrógeno en el suelo. Los niveles más altos de CO2 mejoran también la eficiencia en el uso del agua por las plantas, asegurando una adquisición mayor y más rápida de carbono por los tejidos vegetales, con menor pérdida de agua a través de la transpiración.
Una mayor cantidad de CO2 atmosférico permite a las plantas reducir el tamaño de sus estomatas, pequeños agujeros en las hojas que utilizan para inhalar los bloques constructivos de dióxido de carbono. Cuando el CO2 es escaso, estas aberturas aumentar de tamaño a los efectos de capturar un suministro suficiente de este “gas de la vida”. Pero el aumento de las estomatas significa también un mayor escape de moléculas de agua, y esta pérdida de agua aumenta el estrés de las plantas, hasta llegar a amenazar su crecimiento y supervivencia.
Cuando aumentan los niveles atmosféricos de dióxido de carbono (hasta las 400, 600 u 800 ppm) las estomatas disminuyen de tamaño, provocando una menor pérdida de agua por transpiración a la vez que permitiendo una absorción amplia de moléculas de CO2. Esto les permite sobrevivir mucho mejor a prolongados períodos de sequía.
Los volúmenes 2009 y 2011 del informe “Climate Change Reconsidered” (“El Cambio Climático Reconsiderado) del Panel Internacional No Gubernamental, especialmente esta sección, y el sitio web CO2science.orgdel Dr. Craig Idso resumen cientos de estudios similares sobre cultivos, bosques, sabanas, tierras alpinas y desiertos enriquecidos por el dióxido de carbono. La base de datos del crecimiento vegetal de CO2 Science permite a los lectores la búsqueda de más estudios.
Una de las peores cosas que podrían suceder a nuestro planeta y a su gente, animales y plantas sería que los niveles de dióxido de carbono cayeran otra vez a los niveles observados antes de la Revolución Industrial.
La disminución de los niveles de CO2 resultaría especialmente problemática si la Tierra se enfriara en respuesta a la entrada del Sol en otra “fase quieta”, como sucedió durante la Pequeña Edad de Hielo. Si la Tierra se enfriara nuevamente, las estaciones de crecimiento se acortarían y la tierra arable para cultivos disminuiría en las zonas templadas del norte. Necesitaríamos entonces cada molécula posible de dióxido de carbono para simplemente sostener la producción agrícola en un nivel suficiente como para eludir una hambruna humana masiva... y para evitar que los hábitats salvajes fueran arados para remplazar la tierra cultivable perdida.
Sin embargo, incluso bajo las actuales condiciones del Período Cálido Moderno, los cultivos, otras plantas, los animales y la gente se beneficiarán de más dióxido de carbono. El “gas de la vida” es un milagroso fertilizante para las plantas que las ayuda a crecer y prosperar, reverdeciendo el planeta, alimentando a los hábitats de la vida salvaje y a la gente que anhela mayores cantidades de alimentos más nutritivos, previniendo la pérdida de especies e incluso calentando un poco a la Tierra.
¡Es un logro asombroso para un gas incoloro, inodoro e insaboro que constituye apenas un 0,04% de nuestra atmósfera! Deberíamos alabar al dióxido de carbono, y no vilipendiarlo, prohibirlo o enterrarlo.
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Una de las cosas más temidas por los alarmistas es el llamado al escepticismo y a la exigencia de presentación de evidencia real, con números y hechos.
Por ejemplo, de esas 400 ppm actuales de CO2 atmosférico, las emisiones humanas representan apenas el 3,6%, y el otro 96,4% proviene de causas naturales.
Asimismo, en la historia del clima de la Tierra, solamente hubo dos épocas con niveles tan bajos de dióxido de carbono: durante los períodos Carbonífero y Pérmico, hace entre 350-250 millones de años, y ahora. Durante el resto de los 4500 millones de años de la historia de la Tierra los niveles de CO2 atmosférico fueron mucho mayores, hasta 20 veces más que los actuales, sin que ello provocara ningún desastre climático.
Por ejemplo, de esas 400 ppm actuales de CO2 atmosférico, las emisiones humanas representan apenas el 3,6%, y el otro 96,4% proviene de causas naturales.
Asimismo, en la historia del clima de la Tierra, solamente hubo dos épocas con niveles tan bajos de dióxido de carbono: durante los períodos Carbonífero y Pérmico, hace entre 350-250 millones de años, y ahora. Durante el resto de los 4500 millones de años de la historia de la Tierra los niveles de CO2 atmosférico fueron mucho mayores, hasta 20 veces más que los actuales, sin que ello provocara ningún desastre climático.
Temperatura (línea roja) y CO2 (línea azul) a lo largo del tiempo. Los niveles de dióxido de carbono llegaron a ser más de 20 veces mayores que los actuales.
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© Scotese
¿Cómo es eso posible? La respuesta es relativamente sencilla. Los efectos de invernadero del CO2 son logarítmicos, es decir que la mayor parte de su capacidad de incremento de temperatura se da en las primeras 20 ppm. Cada incremento posterior va teniendo un efecto cada vez menor.
La mayor parte del efecto invernadero del CO2 se da en las primeras 20 ppm. Los incrementos posteriores van teniendo un efecto cada vez menor en las temperaturas.
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© David Archibald
Es de hacer notar que si los niveles atmosféricos de CO2 bajaran de las 150~180 ppm se detendría la función fotosintética, las plantas morirían y junto con ellas toda la vida animal, incluso nosotros.
Y por si fuera poco, los registros climáticos muestran que la variación en los niveles de CO2 son posteriores a las variaciones de temperatura, lo que indica claramente que el supuesto efecto invernadero del dióxido de carbono tiene en realidad muy poco efecto en el sistema climático terrestre:
Y por si fuera poco, los registros climáticos muestran que la variación en los niveles de CO2 son posteriores a las variaciones de temperatura, lo que indica claramente que el supuesto efecto invernadero del dióxido de carbono tiene en realidad muy poco efecto en el sistema climático terrestre:
© JoNova
Resulta evidente que hay muchos otros factores que afectan al clima, y que el CO2 no es ni con mucho el más importante. A fin de cuentas, es muy probable que los océanos sean los mayores reguladores de la temperatura global, así como indudablemente es el sol la fuente de toda la energía de nuestro mundo.
El problema es que nuestro astro rey está muy quieto desde hace algunos años, tan quieto quizás como durante el llamado mínimo de Dalton (o incluso el mucho más profundo mínimo de Maunder) durante la así llamada Pequeña Edad de Hielo, un período muy frío de nuestra historia reciente que trajo miseria, hambrunas y revoluciones y del que afortunadamente comenzamos a salir, por causas naturales, hacia el año 1850.
Tal vez por eso podemos observar que desde 2002 las temperaturas no solamente no han aumentado, sino que han disminuido ligeramente:
El problema es que nuestro astro rey está muy quieto desde hace algunos años, tan quieto quizás como durante el llamado mínimo de Dalton (o incluso el mucho más profundo mínimo de Maunder) durante la así llamada Pequeña Edad de Hielo, un período muy frío de nuestra historia reciente que trajo miseria, hambrunas y revoluciones y del que afortunadamente comenzamos a salir, por causas naturales, hacia el año 1850.
Tal vez por eso podemos observar que desde 2002 las temperaturas no solamente no han aumentado, sino que han disminuido ligeramente:
Los registros satelitales muestran que desde 2002 las temperaturas han descendido ligeramente. ¿Tendrá algo que ver con esto el actual “Sol quieto”? Solamente el tiempo nos lo dirá.
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© woodfortrees.org
En resumen: el CO2 atmosférico no es el causante principal, ni mucho menos, del calentamiento global producido en el último siglo y medio. La condición natural del clima es el cambio, y así lo ha sido durante los últimos 4500 millones de años, por causas naturales. Además, las emisiones humanas son únicamente una pequeñísima parte del ciclo del carbono, y por lo tanto su incidencia es aún mucho menor.
Sin embargo, los daños causados a la economía y a la sociedad tecnológica por la falsa acusación de los proponentes y creyentes de la hipótesis del calentamiento global antropogénico han sido enormes, y cada vez nos cuestan más dinero, más pobreza y más desempleo.
Sin embargo, los daños causados a la economía y a la sociedad tecnológica por la falsa acusación de los proponentes y creyentes de la hipótesis del calentamiento global antropogénico han sido enormes, y cada vez nos cuestan más dinero, más pobreza y más desempleo.
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El árbol de la vida.
© Gustav Klimt
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