Pasados trescientos años crucé por la misma senda... |
Hay gente que piensa que la forma actual del mundo que nos rodea ha permanecido igual a lo largo del tiempo, inmutable e inmaculado. También creen que el tiempo actual es el mejor de todos, y que debemos hacer lo posible por mantenerlo de esa forma.
De tal guisa son los alarmistas del cambio climático antropogénico. Suponen que el clima no ha cambiado nunca en la historia de la Tierra, y que las temperaturas actuales son perfectas y que no deben variar un ápice. A la vez, muchos de ellos consideran que el ser humano es una plaga, un organismo nocivo que debe ser destruido para preservar la perfección del planeta.
Niegan así lo que nos demuestran la historia y los registros geológicos, a saber, que el clima terrestre está en un estado de cambio continuo, y así ha venido sucediendo a lo largo de los cuatro mil quinientos millones de años que han pasado desde la formación de nuestro mundo.
Niegan así lo que nos demuestran la historia y los registros geológicos, a saber, que el clima terrestre está en un estado de cambio continuo, y así ha venido sucediendo a lo largo de los cuatro mil quinientos millones de años que han pasado desde la formación de nuestro mundo.
Niegan también la evidencia de que no solamente ha habido períodos más fríos que los actuales y períodos más cálidos (incluso bastante más cálidos) que ahora, y que precisamente esos tiempos con temperaturas mayores fueron beneficiosos para la vida en general y especialmente para el bienestar y el desarrollo de nuestra especie. El frío mata, sin embargo, y los períodos fríos han sido épocas de escasez, de sequías, de hambrunas y de pobreza.
Todo en la naturaleza son ciclos. Épocas de abundancia y de estrechez, de verdor y de aridez, de calor y de frío, de vida y de muerte. Pensar que el ser humano es capaz de influir, acelerar o detener esos ciclos es puramente orgullo desmedido, el hubris de los griegos que llevaba la perdición a quien lo padecía.
Todo en la naturaleza son ciclos. Épocas de abundancia y de estrechez, de verdor y de aridez, de calor y de frío, de vida y de muerte. Pensar que el ser humano es capaz de influir, acelerar o detener esos ciclos es puramente orgullo desmedido, el hubris de los griegos que llevaba la perdición a quien lo padecía.
Canto al trópico, de Eladio Vélez © http://semioticadelaimagen3.blogspot.com.es/ |
Para bien o para mal, es muy poco lo que podemos hacer para modificar la naturaleza que nos rodea, y si logramos hacerlo es en poca medida, para mejorar nuestro entorno y protegernos un poco.
Pero contra las fuerzas mayores del universo, no somos nada. No podemos detener huracanes, inundaciones, maremotos o volcanes. Y tampoco tenemos la capacidad para influir en el clima a escala global. Lo único que podemos hacer es modificar en algo nuestro entorno y adaptarnos, como hemos hecho a lo largo de toda nuestra historia.
Quienes niegan la realidad que nos rodea, el poder de las fuerzas de la naturaleza, la continuidad de sus ciclos y las enseñanzas que nos da la historia, son los verdaderos negacionistas y los más temibles ultra-conservadores. Debemos aprovechar la ciencia y la tecnología para poder protegernos cada vez más, para construir un mundo mejor y más rico, y debemos cuidarnos de no destruir nuestra civilización que es la verdadera muralla que nos separa de los dolores de la barbarie.
Pero contra las fuerzas mayores del universo, no somos nada. No podemos detener huracanes, inundaciones, maremotos o volcanes. Y tampoco tenemos la capacidad para influir en el clima a escala global. Lo único que podemos hacer es modificar en algo nuestro entorno y adaptarnos, como hemos hecho a lo largo de toda nuestra historia.
Quienes niegan la realidad que nos rodea, el poder de las fuerzas de la naturaleza, la continuidad de sus ciclos y las enseñanzas que nos da la historia, son los verdaderos negacionistas y los más temibles ultra-conservadores. Debemos aprovechar la ciencia y la tecnología para poder protegernos cada vez más, para construir un mundo mejor y más rico, y debemos cuidarnos de no destruir nuestra civilización que es la verdadera muralla que nos separa de los dolores de la barbarie.
Friedrich Rükert © wikimedia |
Friedrich Rückert (1788-1866) fue un catedrático en lenguajes orientales, poeta y traductor alemán que dominaba treinta lenguajes. Como escritor fue un maestro en ritmos y en ingenio métrico.
Uno de sus poemas, “Childer”, nos habla precisamente de esos ciclos y de cómo, con nuestras cortas vidas, somos muchas veces incapaces de abarcarlos claramente y de comprender en su totalidad la cambiante realidad que nos rodea.
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Uno de sus poemas, “Childer”, nos habla precisamente de esos ciclos y de cómo, con nuestras cortas vidas, somos muchas veces incapaces de abarcarlos claramente y de comprender en su totalidad la cambiante realidad que nos rodea.
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Childer
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Dicen, Childer, que del hombre
La juventud es eterna.
Cierta vez, de las murallas
De una ciudad me vi cerca.
A un campesino que hallé
Dado al trabajo en su huerta,
Pregúntele desde cuándo
Existía alzada aquélla,
Y me dijo, sin dejar
De proseguir su faena:
-Siempre existió esa ciudad,
Y nunca vendrá por tierra.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
De la ciudad ya no había
Vestigio alguno en tal época.
Desde su choza un pastor
Guardaba allí sus ovejas.
Pregúntele por qué ya
La tal ciudad no existiera,
Y me dijo, sus cantares
Interrumpiendo, con flema:
-Una planta reverdece,
Cuando otra planta está muerta.
Este césped siempre ha dado
Su pasto a mis ovejuelas.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Las aguas del mar cubrían
Del todo extensión inmensa.
Un pescador allí echaba
Sus redes, y como viera
Que a tan penoso trabajo
Daba al fin alguna tregua,
Pregúntele desde cuándo
Bañaba el mar tal ribera.
Sonriendo a mi pregunta.
Me dio luego esta respuesta:
-Desde que rugen las olas
Del Océano sin tregua,
Vengo a hacer a estas orillas.
Como estáis viendo, mi pesca.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Un bosque vi dando sombra
A gran extensión de tierra.
A un ermitaño advertí
En su apartada vivienda.
Bajo su hacha esparcíanse
De un tronco las ramas secas.
Pregúntele cuál podría
Ser la edad de aquella selva.
-Este asilo donde estoy.
Es eterno, me dijera.
En él he habitado siempre,
Y siempre con vida y fuerza
He visto crecer los árboles
Que veis que a las nubes llegan.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Un nuevo pueblo se alzaba:
La animación más completa
Reinaba allí en el mercado,
Y todo bullicio era.
Pregunté cuándo se hizo
Tal ciudad, para mí nueva,
Y dónde se hallaba el mar.
El verde prado y la selva.
A la vez gritaban todos
Sin prestarme oídos apenas.
-Está lo que estuvo siempre
En su lugar, y así es fuerza
Que siempre dure y esté
Cual lo veis y ahora se encuentra.
De los vecinos del pueblo
Las razones fueron éstas.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda...
Crucé por la misma senda.
Dicen, Childer, que del hombre
La juventud es eterna.
Cierta vez, de las murallas
De una ciudad me vi cerca.
A un campesino que hallé
Dado al trabajo en su huerta,
Pregúntele desde cuándo
Existía alzada aquélla,
Y me dijo, sin dejar
De proseguir su faena:
-Siempre existió esa ciudad,
Y nunca vendrá por tierra.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
De la ciudad ya no había
Vestigio alguno en tal época.
Desde su choza un pastor
Guardaba allí sus ovejas.
Pregúntele por qué ya
La tal ciudad no existiera,
Y me dijo, sus cantares
Interrumpiendo, con flema:
-Una planta reverdece,
Cuando otra planta está muerta.
Este césped siempre ha dado
Su pasto a mis ovejuelas.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Las aguas del mar cubrían
Del todo extensión inmensa.
Un pescador allí echaba
Sus redes, y como viera
Que a tan penoso trabajo
Daba al fin alguna tregua,
Pregúntele desde cuándo
Bañaba el mar tal ribera.
Sonriendo a mi pregunta.
Me dio luego esta respuesta:
-Desde que rugen las olas
Del Océano sin tregua,
Vengo a hacer a estas orillas.
Como estáis viendo, mi pesca.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Un bosque vi dando sombra
A gran extensión de tierra.
A un ermitaño advertí
En su apartada vivienda.
Bajo su hacha esparcíanse
De un tronco las ramas secas.
Pregúntele cuál podría
Ser la edad de aquella selva.
-Este asilo donde estoy.
Es eterno, me dijera.
En él he habitado siempre,
Y siempre con vida y fuerza
He visto crecer los árboles
Que veis que a las nubes llegan.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda.
Un nuevo pueblo se alzaba:
La animación más completa
Reinaba allí en el mercado,
Y todo bullicio era.
Pregunté cuándo se hizo
Tal ciudad, para mí nueva,
Y dónde se hallaba el mar.
El verde prado y la selva.
A la vez gritaban todos
Sin prestarme oídos apenas.
-Está lo que estuvo siempre
En su lugar, y así es fuerza
Que siempre dure y esté
Cual lo veis y ahora se encuentra.
De los vecinos del pueblo
Las razones fueron éstas.
Pasados trescientos años
Crucé por la misma senda...
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Como dice Doug L. Hoffman:
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.
“Cuídense, disfruten el interglacial y manténganse escépticos”.
1 comentario:
Gracias Heber, excelente nota, grandioso el poema, espero ver crecer palmeras en el ártico, ver surcar el mismo como un nuevo Mediterraneo, reinvertido en al atmósfera el carbono sumergido transformado en metano procedente de antiguas palmeras descompuestas, que permaneció congelado, ver crecer el pasto en los desiertos del norte de Africa, convertido en prado todo Arabia, el norte de Rusia recuperado para el asentamiento humano, ver los tesoros propios e inter planetarios escondidos en los hielos de la Antártida, por lo que espero avancen unos grados mas la temperatura interglaciar.
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